DIARIO DE CADIZ

  LUIS MIGUEL FUENTES

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25/04/02

 

Antonio Burgos, hijo formal

 

Cuando a Antonio Burgos le dieron el “Cavia” por aquel artículo lleno de alas blancas y gaditanismo velero, dijo con palabras de Alberti que él llamaba “Cádiz a todo lo dichoso”. Cádiz es para Antonio Burgos el “ensueño de todo lo que le falta a Sevilla” y esa consorte que ha ido haciendo de la mano la historia de Andalucía. “Sevilla es el campo, Cádiz la mar; Sevilla es el Barroco, Cádiz el Romanticismo; Sevilla es el dominio de la nobleza, Cádiz el lugar donde la burguesía inventa las libertades”, decía Burgos entonces. Sevilla y Cádiz, las dos ciudades que Burgos tiene siempre en los bolsillos como dos poemas doblados, a las dos orillas del corazón y del chaleco. La una es madre natural y la otra madre adoptiva todavía sin papeles, cosa que se remediará.

Hay gente con una patria estrecha y batalladora, gente con una patria anchísima y obsequiosa y hasta gente sin patria. Uno no cree mucho en patrias, pero sí en que hay para el hombre algunos costados del mundo donde el alma se acomoda y se siente esa blandura que es el hogar. Puede ser el sitio donde se nace u otro, pues nacer es una casualidad arrojadiza y la vida suele llevarnos más allá del censo y de la comadrona. Con Cádiz pasa mucho esto. Cádiz es una ciudad que se ensancha como un puño, sale de su tierra, de su mar y de sus nacidos y va a parar como un barco transparente a un sitio remoto, a un forastero, a dejar el encanto de un acento y un amor en flecha. Todo esto lo resumió Burgos pregonando que “los gaditanos nacemos donde nos sale de los leones de Hércules”, y así Cádiz va cayendo sobre espíritus foráneos y lloviendo banderas lejanamente.

Es lo que le pasó a Antonio Burgos, este Cádiz como un bebedizo o un meteoro de mar y ventazo que luego le sale en artículos, libros y sentimientos. Burgos hace mucho tiempo que tiene a Cádiz como madre o novia, es un amor ya escrito pero al que le falta el beso administrativo de una firma, como el de una amante tardona y mecanógrafa. Sufrimos un mundo de papeles que siempre llegan con retraso, pues los oficinistas suelen ir por detrás de todas las pasiones y ponen el sello del casamiento o la adopción cuando el novio o el hijo están ya muy hechos al regazo, cuando están ahí la vida y la sangre con gran costumbre de roce.

Para formalizar a Antonio Burgos como hijo adoptivo de Cádiz, que ya lo es, han hecho esa cosa vaticana de abrir un expediente, como si fuera una beatificación. Pero Burgos tiene más que probados sus milagros caleteros y va con su aureola de gaditanismo como otra barba por arriba. Así que este artículo no es para el pueblo de Cádiz, que no hace falta, sino para los burócratas y las secretarias. Por ahí, entre las grapadoras y los cartapacios, está un papel que hay que firmar ya. Viene con años de demora y no es plan de que se pierda debajo de un inventario. Que Antonio Burgos sea hijo adoptivo de Cádiz con todos los diplomas. Que sea hijo “formal” el que siempre lo ha sido de corazón.

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