Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

22 de enero de 2004

Honorabilidad

Veo en televisión a una tertuliana (ya se llaman así, porque lo de contertulio es para los casinos) defender con vehemencia o taquicardia la “honorabilidad” de los políticos y de ese gran cotillón de la democracia que son las campañas electorales. Y uno se consideraba ingenuo... La política no sabemos si fue un día un romanticismo o un sacerdocio, pero desde luego nos ha sacado ya suficientes barreduras y gatos muertos para aclararnos la duda. Hay que tener cuidado de no pensar mucho en mayúsculas, que es el gran pecado geométrico tanto de la ingenuidad como de la grandilocuencia, porque la Política no tiene por qué ser esta política, ni la Democracia esta democracia, ni la Justicia esta justicia, y así con otros muchos universales que no son el cartón que nos enseñan. La mayoría de las veces se puede medir la altura de las mentiras de los políticos en el énfasis que ponen en ciertas mayúsculas que ensayan como pianistas y que se les nota pesando en la frase, hormigonando el concepto. Hay que quitar todas esas mayúsculas como minaretes para darse cuenta de que todo es más simple y mezquino, que hay mucha gente comiendo de cada partido, que hay viejas glorias que recolocar en la empresa o que acaban teniendo una naviera, que hay muchos bancos prestando millonaje como una apuesta, y lo que queda para el pueblo es poesía amatoria. La honorabilidad de los políticos es un supuesto amable pero que se deshace muy fácilmente: vean las leyes que hacen, las reparticiones y cuotas en los tribunales, la manipulación en los medios de comunicación públicos y la tutela en los privados, sus think tanks, su blindaje de aforados, vean cómo se amanceban por el PGOU de un ayuntamiento o por el descomunal trigal que es una autonomía.

La precampaña ya nos está abrumando de asco. A todos les ha dado por hacer de repente publicidad institucional: cartelones llenos de impulso y floristería, dípticos donde salen abuelitos, casitas con perro, montadores electricistas muy felices y otros picnics ciudadanos. Todos los partidos protestan, pero siempre con un ojo tapado. Aquí la “Andalucía imparable” en sus diversas versiones y sucedáneos, y por el resto de las Españas desguazadas, la campaña de Zaplana, ahora retirada por la Junta Electoral. Pero nadie se atreve a llamar a esto por su nombre: malversación de fondos públicos. En Canal Sur se ha acelerado el tiovivo de consejeros juglarizando las maravillas chavesianas, y en TVE Urdaci le hace la entrevista servilona a su señor, manchando de vergüenza a la profesión periodística. Leo el libro de Michael Moore, “Estúpidos hombres blancos”, donde la lucidez se ha unido a una considerable mala leche, y me doy cuenta de que tiene razón cuando dice que este sistema se está acercando cada vez más a la “pesadilla orwelliana”. El enemigo inventado, imitando el ambiente de eclipse que tiene 1984, puede ser el terrorismo o pueden ser los malos de Madrid que no pagan la deuda histórica o puede ser el radicalismo de la izquierda. Maniqueísmo de tontos para el pueblo, pues ellos van a otra cosa más directa, que es la grosería del poder y todo el alicatado que eso les trae.

La honorabilidad de los políticos, vaya candidez. Pero un político decente no podría hacer otra cosa que dinamitar todo este pozo de escorpiones. Nos queda a los ciudadanos la obligación moral de acabar con esto. Cómo hacerlo, cuando la papeleta sólo nos da para elegir entre lo malo y lo peor, es la gran cuestión por resolver.

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