Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

29 de enero de 2004

Tarde

Maragall empezaba ya a ser una flaccidez en el PSOE cuando le llegó el triunfo, tardío, demediado y en desperezo, como si le hubiera cogido en mitad de la siesta. La de Maragall fue una de esas victorias que les vienen a veces a los cansados, victoria de alcaldón viejo, de pachón de la política, de hombre que se hizo leño esperando en el mismo sitio. Después de ese tipo de victorias lo que suele venir es la glotonería, el hambre atrasada tras acumular mediocres municipalidades. Igual que el mercedes del quinielista, Maragall tenía sus reinos con druidas y la Cataluña levantisca que es ahora el centro oblicuo de toda la política nacional. Maragall, con este despertar suyo a destiempo, ha fabricado una ola para desparramar por España, que es otra manera de desparramar su ego y sus ganas después de toda una vida de segundón y de andar de realquilado por entre la decrépita arquitectura del pujolismo. Carod-Rovira ha sido siempre lo que es, el secesionismo bajito y un poco pirómano, con las melancolías guerreras de Terra Lliure todavía palpitándole. De Esquerra Republicana sólo conocíamos la lucidez con cierta carga sexual de Pilar Rahola, que a mí me gustaba por los cojones que se gastaba y porque le daba la mano al Rey igual que al tendero. Carod‑Rovira, sin embargo, es bastante menos elegante y bastante más torpe y jacobino. Cuando le han dado mando se ha dedicado directamente a la conspiración y al sabotaje, lo que demuestra que lo suyo ha sido como darle un puesto en el Govern a un dinamitero. Pero Carod-Rovira hace, al fin y al cabo, lo que se esperaba. Es a Maragall, con sus ansias de tanto esperar y de haberle llegado el poder por los pies, al que hay que mirar y pedir cuentas por rendirse a ese derviche meneón e incendiario que va a su bola y a crujir todo lo que puede. A Maragall y a los que consintieron un poco cornudamente el pacto desde la dirección nacional de su partido.

Estas conversaciones con ETA de un pequeñito no sabemos qué paz irían a buscar, si acaso una paz también sólo para pequeñitos. El caso es que Zapatero reaccionó pronto, porque sabe que el sillón de Maragall le va a costar las elecciones pero todavía puede salvar su grácil cuello de paloma triste (el margen es Almunia más cinco escaños, dicen sus colegas/enemigos de partido). Sin embargo, esta rotundidad de un Zapatero ahogándose se ha ido cansando al cruzar los valles de esta España trascosida y Maragall, que no puede hacer otra cosa, destituye sin quitar y mantiene el pacto porque hay demasiados palacios en juego. Chaves también se ha terminado distanciando, pero tarde, y justo cuando veía la ola de Maragall amenazar las bellezas recargadísimas de San Telmo. Chaves ya había dado antes su visto bueno a este pacto que le parecía un vals y hasta le buscaba sitio en la Constitución a sus gallardías, egoísmos y despieces, que han acabado en monterías con los terroristas. Tarde, muy tarde para frenar este canibalismo del PSOE que ya va por los huesos. Los coros complacientes de Chaves, por mantener la estructura en aparecerías del PSOE, no pueden darse la vuelta. Quien se acuesta con estos separatismos aldeanos, no puede esperar otra cosa. Esquerra Republicana no era un bailarín sino un cocodrilo. El PSOE ve hundirse sus islas y casi lo merecen. Zapatero ya está perdido y Chaves intentará dejar fuera al menos la cabeza.

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