Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

6 de mayo de 2004

Los sabios

Hay una llamada del poder político a los sabios, esos hombres o mujeres que viven en las cuevas de su mente y en otras humedades del conocimiento. La moda política, además del talante de ZP y del porrón de Bono, es un sabio que sale de una Operación Triunfo de sabios o de unas olimpiadas matemáticas de la provincia. Y es que uno cree que quedan pocos sabios de verdad y lo que abunda más es el ingeniero agrónomo, el perito mercantil y el ateneísta de vino dulce. No es de extrañar que Chaves, que confunde la “sociedad del conocimiento” con el chat, nos bautice a un “comité de sabios” para ese idilio con los enchufes que es la Segunda Modernización o para otros menesteres iónicos. Él a lo mejor quiere decir “especialistas”, pero lo de sabios le parece más molón porque es como si fueran a levantar una acrópolis u otra Alejandría a donde vuelvan incorruptos Hipatia o Eratóstenes. Platón, en su República, ponía al sabio, al filósofo, en la cumbre de su sistema político. Pero hay que recordar que aquello que le salía a Platón era un totalitarismo en verso y una sauna de barbudos. En la otra esquina está la idea de que el sabio no puede hacer otra cosa que retirarse de lo público, de lo mundano, porque ahí nunca puede imperar la sabiduría sino el doblón del prestamista y el sable del idiota. Por la relación del sabio con el Estado y la política ya se enfrentaban Confucio y Lao-Tse, vean lo viejo que resulta todo esto. Ahora, el sabio, si lo hay, no está gobernando ni pastoreando cabras, sino que lo que tenemos, salvo honrosas excepciones, anda en un intermedio funcionarial, reino de las adscripciones y las cuotas, y a este cenáculo de catedráticos, asesores y subvencionados es probablemente al que llama ahora el PSOE con un cuerno como el de Sigfrido, total para que les haga cuatro cuentas y el croquis de un empalme que no cambia nada en nuestra democracia de gordas elites y oscuridades.

Un verdadero comité de sabios, hoy en día, no podría hacer otra cosa que disolver todo nuestro sistema por mentiroso, indecente y tripero. El espanto, y no el memorándum, debería ser la posición del sabio. La política actual es todo lo contrario a la sabiduría porque la hacen unos melones ensoberbecidos que van alegre y directamente al pan y al chanchullo. Los partidos son una mafia y el sabio con su virtud y su escudilla queda en ese ambiente como un relojero del aire y como un loco con sustancia. El sabio no puede nada contra el listillo, que es el que manda hoy, y el listillo seduce a un banquero, canta a las inmobiliarias, sube escalones en el poder, colecciona corbatas y marisquerías y llena su tarjeta de baile con favores pendientes. La búsqueda de la virtud, de la justicia, de la libertad, todo eso es un documental de delfines, y ahí es donde van a terminar los sabios de verdad, en la National Geographic. Ya no hay ningún Aristóteles que ponerle a Chaves, que de todas formas no llegaría a Alejandro Magno por muchas legislaturas que acumule como corazas sucesivas. Los sabios que buscan ahora son otra cosa, un submarinista de las células, un doctor en impedancias o el más veloz de los mecanógrafos. La sabiduría como aprehensión de la totalidad en busca del bien son palabras mayores, y eso sí que queda muy lejos de ser llamado por nuestros políticos indoctos y vulgares. Si Locke diseñó toda la arquitectura del Estado moderno, los sabios de Chaves nos dejarán un bonito logotipo, que es todavía mejor.

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