Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

27 de mayo de 2004

Despertar

Me han despertado los cohetes, que en el sueño puede que fueran bombillas que caían o unos regletazos que el reloj me iba dando con exactitud en el costado. Son los rocieros, que van abriéndose paso estallando el aire, un aire por el que apenas caben sus bueyes, mujeres, trapos, bidones, escapularios, y por eso tienen que ir reventándolo antes, como fabricándose el globo dentro del que ruedan. El Rocío, tienes que escribir del Rocío, me dicen algunos amigos, porque a lo mejor uno ya es un boxeador con un público que en los bares te pide sangre, caña, dientes, y que el artículo salga ya morado, supurante y rodeado de espinos, como si hubieras sacado el bíceps, el puño americano en cursiva. Pero las columnas del periódico son agujeros, los rocieros son sólo el sanchopanzismo del pueblo, y a uno ya le va pareciendo un pugilato desigual contra muchas gentes, porrones y hierros que no leen. Escribe del Rocío, hombre, o de la República. Pero mira a la gente, amigo, yendo a por sus Vírgenes del molino, a por sus príncipes de pastel. Están en el círculo de su magia y dentro de la fogata de ellos mismos. Se inventan una madre de piedra amamantando a una paloma, o se inventan cisnes con diamantes, y todo es por verse rezando a algo, siendo multitud, pisándose los pies, teniendo la misma pupila, que cansa menos. Ser súbdito de reyes o hijo de la Virgen de un humedal. La postura del que reza es el gusto de ser esclavo y estar además acompañado. La fiesta, el montón, brasilismo de la gente, en torno a una religión de calcomanías o en torno a una monarquía que vuela sobre águilas blancas y besos de aguamiel. Escribe del Rocío, o de la República, pero la gente se adora a sí misma en sus fetiches, y escribir es sólo poner la tinta contra la sangre y la gramática contra la danza.

Pasan los jinetes como lanceros contra la calor, pasan las carretas como hechas de trenzar las azoteas con sus tendederos, pasan los turroneros con megafonía de sevillanas. Toda Andalucía es un turronero con sevillanas, y ahora huele a piñonate, a jaca y a cocinilla. Los rocieros irán a mear contra los pinos, a beber en palanganas, a dormir sobre estanques de estrellas o sobre los vientres de sus animales calientes, aburridos y pontificios, a pasar los días con una sola braga, a buscar a la madre falsa enterrada en la arena como un ancla. Mira, amigo, es verdad lo que dices, aquí se ríen de esos moros que dan vueltas a la Kaaba pero luego se llora paseando parihuelas con una Virgen con niño o una virgen con novio. La gente parece siempre la misma y de un continente a otro sólo cambia el turbante, la mentira, comer tortilla o comer sesos de mono. El mundo se cuece en un ambiente de tribu, eso es lo que somos y la tecnología y la ciencia sirven sólo para que los milagros se puedan hacer en el microondas. Milagros camperos en la marisma, milagros estilizadísimos en unas catedrales para descapotables, la madre de Dios entre matojos y los príncipes de púrpura y loza entre los juncos del pueblo. Somos atavismo, somos barullo, somos una suma de mentiras como un montón de monedas viejas. Tienes que escribir del Rocío, o si no de la República, que hace falta, que la gente no despierta, que están con su cotilleo de largas pamelas que se aparean, que están con el palurdismo de sus dioses de madera y encima dicen que eso es la Andalucía pura, auténtica como un botijo. La gente no despierta, amigo, es verdad. A mí me han despertado los cohetes y quizá pensé, todavía soñando, que a lo mejor era un pueblo libre y culto celebrándolo. Luego, claro, tuve que escribir otra cosa.

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