Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  15 de julio de 2004

Público

Les dan un bocadillo, están allí por un bocadillo, con su cara de hogaza buena y noble, invitados al vals de los falsos, al mundo sin olores de las estrellas pintadas y de la risa de los loros, a esa autopsia de alguien de cartón que siempre es la tele, donde la mentira es un ventrílocuo y el glamour un culo. Vienen con su pueblo, con su chacina, con su broche gordísimo, con la peluquería reciente, como si fueran a la boda de una hija última, allí entre ángeles eléctricos, guapos de vaporizador, idiotas con guión, azafatas como crupieres. Cuesta sólo un saco de bocadillos llenar un plató y hacerles creer que han llegado a un planeta de lujo y toboganes. La televisión es una pecera fuera del mundo y llegar allí desde el barrio, para nuestra gente sencilla, es una aventura como visitar una isla casino. La gente sencilla, la gente normal, nuestra gente. En las televisiones quieren la carcajada de la portera, que todas sean porteras. Quieren un clima de cocido para que el programa se vea con el cocido. Luego, saldremos en todos los zappings nacionales, los andaluces como un interminable casting de palurdos, analfabetos, marujas, castrojos, bajunos. Lo hacen en Canal Sur, que sabe bien, como cualquier tipo de poder, la importancia de conseguir que la gente se sienta feliz en su ignorancia.

El público idéntico, las filas de amas de casa y jubilados, el ambiente de cháchara de azotea y de intercambio de croquetas, tantos programas así, y sobre todo el que presenta ese personaje absurdo, ese semipayaso, ese tal Juan Imedio o Juan y Medio, largo especialista en videoteces. Pero no, no es culpa de la gente, ni de los norteños. Si a los andaluces nos ponen siempre de chachas o destripaterrones o betuneros es porque hemos sido chachas y destripaterrones y betuneros. Aquí ha habido hambre para comer raíces y señoritos de sobra para ensayar gorrazos. La generación de las niñas lavanderas, de los chiquillos con azada, de la alpargata todo el año, sin más educación, con suerte, que unos cerotes en las migas y una suma como un misterio. Pero esa generación que nos levantó ahora sirve para el cachondeo transregional, es la que busca por las serranías nuestra televisión para que sean los tartamudos del país y la postal con garrote de toda nuestra sociedad. No son un invento ni de Canal Sur ni de los Morancos, están ahí, comiendo pan con navaja, firmando con una huella, tendiendo unas bragas como cortinas, llamando al Jonathan por el balcón. Los veo cada día, somos así, nos hicieron así, nos siguen haciendo así la pobreza y una cultura que se empeñan en decirnos que es un tamboril. Nos explicarán que es autenticidad, llaneza, televisión con pueblo para el pueblo, pero cuando no queda más sociología que la caja tonta, lo que sale en ella es un canon, y su selección por lo bajo del andaluz se convierte en profecía autocumplida: si así nos muestran, así seremos, y si tan orgullosos nos saca Canal Sur, orgullosos deberemos estar, no vamos a convertirnos ahora en londinenses...

Les dan un bocadillo, y nuestra gente más simple o pura hace un ridículo baratito y nos publicita como risueños ignorantes. No es su culpa. Lo peor del espejo enmierdado que nos pone delante Canal Sur no es que nos lleguen a convencer de que somos nuestras caricaturas, sino de que no podemos ser más que eso. Ellos sabrán por qué les interesa. Seguimos pagando a los que nos reducen a imbéciles. En eso se basa el arte de gobernar.

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