Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  22 de julio de 2004

Política

No queda ya ante la política sino el cinismo, que es como un último y elegante florete que guardamos los incrédulos. El gran Ambrose Bierce, todo él una violinística del cinismo, definió la política como “conflicto de intereses disfrazados de lucha de principios, el manejo de los intereses públicos en provecho privado”, y al político como “anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada”. Para Bierce, el político, comparado con el estadista, “padece la desventaja de estar vivo”. Tiene esta frase la misma maldad dulce que pensar, sólo pensar, en asesinar a un vecino con arsénico.

La política, que primero fue llevada por filósofos y luego por almirantes, ha acabado conducida por marsupiales. La raza de los políticos es el último giro que nos ha proporcionado la evolución, que terminará seguramente sumergiéndonos de nuevo con las algas cianofíceas. Con la política ha pasado como con el arte, pero con tipos más feos y material más mezquino. Explicaba Ortega y Gasset que el arte nuevo, desligado ya de las pasiones humanas, queda sólo para artistas, y a eso lo llamaba su “deshumanización”. De igual manera, cuando la política se ha separado del ciudadano, su “deshumanización” sólo da metapolítica, la política únicamente para los políticos, los congresos que sólo dan otros congresos y los diputados provinciales que paren otros diputados provinciales. La política como entelequia, como un globo que se hincha a sí mismo y como las poleas que les sirven a unos trileros para elevarse tirándose de sus propios cordones. Poco tiene que ver ya el ciudadano, lejano espectador o sufridor, incapaz de controlar ni de manejar nada, con esta política turnista y de abrevadero, miseria de mediocres, pan de los tontos, bingo de fulanas.

He ido siguiendo el congreso regional del PSOE con pereza y también con asquito, como si hubieran servido perro cocido entre las ponencias. Chaves y Caballos, sus luchas como una pelea de pavos provinciales, el equilibrio de las familias, las lanzas de los clanes, la gruesa saliva de los comprados, los vendidos y los postulantes a todo ello. En nada me representan. En nada nos representan, tampoco. Las urnas son pitonisas de feria y nuestra democracia, un perol. Ya ven dónde y cómo se decide todo, pesando diferentes gordos con su parentela y sus herencias. Y todavía Borbolla dice que la legitimidad para defender los intereses de los ciudadanos la dan las urnas. Pero ellos tienen todas las llaves y trucan todas las pesas, y nuestra libertad se limita a elegir verdugo, que es poco consuelo. Sí, nuestra democracia nos da una libertad equivalente a la de decidir comer pan o arroz durante los próximos cuatro años. En lo que salga de las zambras y ajustes de cuentas de los partidos queda el resto. Agradecidos debemos estar, por lo visto.

Lo que llaman sociedad civil debería ser no más que el Estado mismo, pero en un Estado alienado, usurpado por las camarillas, sólo puede ser lo que queda vivo fuera de estas orondas orgías de la partitocracia. Pero la sociedad civil duerme con el Tour de Francia y uno prefiere el cinismo como la única manera de enfrentarse con pijama y champán a la muerte de la política. Para Bierce, el optimista es el “partidario de la doctrina de que lo negro es blanco”. Yo ya no hago caso al optimismo. Me quita tiempo para el desprecio.

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