Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

13 de enero de 2005

El plan

El Plan Ibarretxe, que a algunos les parece que es sólo echar un barca al Cantábrico, no está escrito como la ley, sobre papel, sino en piedra, como las religiones. Es el documento fundacional de una religión y, como tal, tiene su propia cosmogonía, puede inventarse sonoras llanuras y razas igual que Tolkien. En nada le afecta la legalidad porque describe, o más bien define, un mundo desde cero, autocontenido, “necesario” ontológicamente pues tiene en sí mismo la razón de su existencia. En el principio fue el Verbo, ya lo dice la Biblia. “Ser” es “definir”, esa trampa que remite a San Anselmo, esa mentira fundamental de la metafísica. Y el nacionalismo es quizá la última metafísica de la política y la última religión de la melancolía. Que se preparen los legalistas, porque Ibarretxe ha colgado en la puerta de la iglesia de otro castillo de Wittenberg las tesis de un dios orgulloso y labriego, invencible como todos, y los dioses queman el papel como a herejes, o al revés, y la ley del hombre nada puede contra el mito, que está ahí antes que los valles, como el primer pisotón.

El razonamiento es perverso y circular: si el derecho de autodeterminación pertenece a los pueblos, forman pueblo aquellos que piden esa autodeterminación. Los vascos verdaderos, pues, sólo pueden ser los independentistas. Lo demás es inmigración, contaminación de la sangre, invasión del maketo y violación de sus mozas. Eso que ellos llaman “el ámbito de decisión vasco”, en el purismo de su ideología sólo podría llevar a un sufragio censitario. La consulta que quiere Ibarretxe se celebrará a menos que Bono saque los tanques y la cabra o que el PNV salga derrotado en las próximas elecciones, que por ahora parece como si las montañas se dieran la vuelta. Pero si perdieran ese referéndum, el mito exigiría para el próximo un catálogo de vascos puros con la radiografía de vasquismo por delante, ya que para ellos sería como si hubieran votado su futuro miles de somalíes infiltrados. En la sabiniana Sociedad Euzkeldun Batzokija, se exigían cuatro apellidos euzkerianos y casar con una chica del país. A eso aspiran, a esa desinfección, complementaria a la limpieza étnica e ideológica de ETA, que daba a elegir a los renegados y a los zambos entre morir o marcharse. Pero si el referéndum sale contaminado, no será por los falsos vascos con “apellido de barquillero”, que decían los contertulios de Sabino Arana, sino por todos los muertos y exiliados que faltan, las manos cortadas de los fantasmas que dejaron. Todo esto, más que ilegal, es inmoral.

El Plan se debatirá en el Parlamento nacional y, antes aún, en el andaluz, después de que Chaves haya rectificado. Las asimetrías, los agravios, las autonomías con un brazo más gordo que las otras, eso será el centro de la protesta, de la indignación. Pero la máquina mitológica, que da topónimos y genealogía oliendo a la cabaña de la raza, no aceptará hablarse con las leyes ni verá nunca una sociedad vasca plural, sino simplemente con un tumor extranjero todavía por extirpar. Por definición. Con el País Vasco en dos hemisferios, con Álava que no se ve dentro, el Plan Ibarretxe parece a la vez imparable y suicida. Terminará siendo un mapa de caseríos, y a lo mejor entonces serán felices. Debatamos aquí las legalidades, protestemos con la Constitución en la mano como otro Quijote. Pero sus dioses han elegido ya un destino como una horca. Y quién puede contra el destino que dictan los dioses, aunque sean inventados...

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