Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

27 de enero de 2005

La bolsa

Hemos vuelto al debate franciscano de la bolsa de los políticos como aquél sobre la bolsa de Cristo, quizá porque la política es un papado y las glorias del Cielo y de la tierra se parecen tanto que son lo mismo. La dignidad de los pescadores de votos o de los pescadores de almas tiene un peso en oro o en el David de Miguel Ángel, y eso no es ni religión ni política sino la voracidad humana tomando como excusa la representación de otra cosa. El Paraíso se refleja en el Banco Vaticano como en un estanque, y la Democracia igualmente en los sueldazos, enchufes y usufructos de los altos cargos, amiguetes, consejeros y afines. Se trata de cantarnos el dinero como una alegoría y los privilegios como una concesión que, realmente, hace la humildad en aras del bien común. Se puede pedir la austeridad de los políticos como la del clero, pero los dioses y los presidentes no saben ir descalzos. Hace poco, un familiar guasón me regaló un libro sobre la paulina conversión al catolicismo más ortodoxo y ratzingeriano del rico editor italiano Leonardo Mondadori. El libro, puro infantilismo conativo, dedicaba muchas páginas a reconciliar la fe con el millonaje, llegando a declarar que lo del camello y el ojo de la aguja era seguramente una mala traducción y que Jesús era “de clase media”, un auténtico “empresario” con la carpintería con sucursales. El bienestar económico y social como una recompensa de los Cielos es en realidad muy del protestantismo, pero los dioses tienen esa facilidad para acomodarse a la salita de cada uno, tenga brasero o alfombra de tigre. Esto nos enseña que cuando se quiere amigar el dinero propio con la teología o con la ley, siempre se encuentran argumentos y párrafos, y eso se puede llamar bendición divina o impulso democrático, sin que ningún rayo los fulmine porque los rayos ya no los maneja Zeus sino el Meteosat. Los franciscanos de aquella polémica medieval eran unos ingenuos que creían que Dios tenía que ir en borrico, y cualquier franciscanismo hoy en política es, igualmente, hablar con los pajaritos como un loco sin camisa.

El pensionazo de Chaves tiene la calidad del maná y la postura de Arenas es un poco un franciscanismo sin un zapato que tampoco lleva a nada, porque Arenas no va a terminar comiendo en una escudilla por un sueldo de menos. Esta política que sufrimos ya no puede ser un monacato, sino que va en procesión al dinero y al poder que lo sacramenta como un cáliz. En política, la ingenuidad y el desprendimiento son una virginidad que se pierde pronto o uno no pasa de pegar carteles. Los blindajes por ley y las casullas bordadas de los políticos me parecen muy coherentes con la escolástica que rige los partidos, y la bipensión de Chaves es la última risotada de una democracia pervertida que aun así piensa que irá al Cielo. Sin embargo, lo de Arenas no deja de ser un desplante o una pose porque él tampoco dejaría desnudos a los cuadros de su partido ni recogería la piel de los altramuces que tirara otro pobre, como aquello del Conde Lucanor. Hacer de la bolsa del político el tema de un concilio puede resultar distraído, pero tiene poco sentido porque los políticos sin peculio acabarían desertando igual que los santos sin peana. Arenas tirando su bolsa es todavía un político que quiere poder y otra bolsa que vendrá por detrás. A mí me recordó a aquellos franciscanos, que iban de gris sucio pero cuya humildad, como casi siempre, era seguramente otra forma diferente de soberbia.

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