Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

3 de marzo de 2005

Mariana

Dejó un cadáver hermoso y con las ligas puestas, esa última altivez o coquetería de las heroínas que saben prepararse para la Historia como para un baile. Muerta y guapa, sería ya una paloma de tafetán que se iría pudriendo en el pecho del Antiguo Régimen, hasta quizá acabar con él. Luego, la niñas cantarían su romance: “Como lirio cortaron el lirio / como rosa cortaron la flor”. El romance pone a Mariana Pineda bordando “la bandera de la Libertad”, pero ella no sabía bordar y fue por eso que terminaron cogiéndola, por encargarle la labor a dos criadas. Tampoco era ninguna bandera nacional como se cree, sino un estandarte masónico con el lema “Libertad, Igualdad y Ley”. Bastaban estas tres palabras para hacerla culpable. Su verdugo enamorado, Pedrosa, que era un poco como aquel Scarpia de la ópera Tosca de Puccini, aún le dio a elegir entre la muerte y el deshonor. Mariana Pineda ni rindió su cuerpo ni delató a sus amigos. Corría la Década Ominosa, Fernando VII había vuelto a sus pelucas, al absolutismo y a la represión contra los liberales y constitucionalistas. Aquello ya era lo de las dos Españas. Todo suele ser más viejo de lo que pensamos.

Reponen ahora en Televisión Española la serie sobre Mariana Pineda, la viudita de Granada que ya, en adelante, sería para nosotros Pepa Flores y su cuello como un velón. Nunca es malo recordar que las libertades no han llegado como un meteoro, sino que antes hubo muchos perseguidos, mártires y novias sacrificadas. El Antiguo Régimen tuvo en España un último y largo bostezo, quizá porque aquí siempre parece que se duerme a deshora de la historia de Europa. La serie se recrea mucho en ese reloj atrasado de España, y la frase de Pedrosa diciendo que “esos masones y librepensadores no han entendido que el absolutismo es la única solución que tiene esta tierra” suena a burla de anacronismo, como una cita de la Enciclopedia Álvarez. Pero igualmente, hay que recordar que el liberalismo en España no fue nunca del pueblo, que gritó “vivan las caenas” y llamó El Deseado a ese baboso y nefasto Fernando VII, sino de una minoría aristocrática variopinta de idealistas ilustrados y militares cabreados jugando a la gallinita ciega.

Mariana Pineda nos devuelve al héroe como motor de la Historia, idea discutible y hasta nietzscheana si me apuran. Pero también nos recuerda esa constante universal que muchos niegan: que siempre hay quien ve que la cosas están bien como están, dispuestas por Dios o por la tradición como por la geología, y otros que quieren cambiarlas ofreciendo si hace falta su cuello de garza en la madrugada. Inamovible parecía el absolutismo en palabras de ese Pedrosa, y cosa de locos y tejedoras aquella Libertad que era peligrosa sólo de escribirla. Pueden jugar a establecer símiles con nuestra actualidad, y poner en el mismo altar de piedra la globalización, el Imperio o la partitocracia, frente a cualquiera de las utopías y poemarios alternativos que parecen también hoy la labor ingenua que quieren hacer unos insomnes. Tengan por seguro que la Libertad es una dama esquiva que nunca se deja conquistar del todo, y menos sin esfuerzo. Hemos creído demasiadas veces alcanzar el fin de la Historia. Pero llega una viuda triste y valiente con un nuevo paño en los brazos y volvemos a ser recién nacidos. Qué bordaría hoy Mariana Pineda si bordara, y quién andaría persiguiéndola o violándola...

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