Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

17 de marzo de 2005

Inferno

Dante situó a los fraudulentos en el sexto círculo del Infierno, sufriendo un dolor más vivo que otros condenados, por ser “el fraude una maldad propia del hombre” y por eso “más desagradable a los ojos de Dios”. Un día se nos abrirán los círculos del Infierno y veremos a nuestros concejales, a nuestros banqueros y a nuestros jefes. Pero el Infierno es una pintura y la maldad castigada en efigie nos parece poca cosa. Mientras en los poemas las almas corruptas son asaeteadas por centauros, en el mundo real esperan en las ruletas y sus abogados hacen del fuego eterno pomada para el pelo. Para Sartre el Infierno son los otros, pero el oscuro y onírico dramaturgo sueco August Strindberg nos decía que estaba aquí, que el Infierno era esta tierra y esta vida. El Infierno de Dante no era más que una descripción turística del mundo, el Inferno de Strindberg era el orinal caliente de uno mismo por la noche. Pero Dante equivocó hacia abajo su pirámide y quizá Strindberg sólo veía el expresionismo de sus pesadillas. Los malvados no sufren en las cuevas, sino que es más común que sonrían sobre las cúpulas; y la paranoia del propio cuerpo puede torturar a las mentes sensibles, pero no a los poderosos que dejaron el alma como un pajarraco bajo una piedra. Un día se nos abrirán los círculos del Infierno y veremos a nuestros concejales, a nuestros banqueros y a nuestros jefes. Pero nos mirarán como vencedores, no desde abajo, sino desde arriba, y sabremos, demasiado tarde, que no hay Dios ni Justicia. El Cielo y el Infierno se inventaron para que la promesa de premios y castigos futuros nos compensara el mal repartimiento de los premios y los castigos presentes. Como nuestra cultura es al fin y al cabo la judeocristiana, diríamos que fue durante del cautiverio del pueblo de Israel que empezó a nacernos este viejo cuento. La inmortalidad, la fiesta de los justos y el crujir de dientes de los pecadores, todo esto no viene sino de ver cómo la maldad suele triunfar y no hay Dios bueno y justo que pueda cuadrar con esto a menos que imaginemos ángeles o demonios que nos acunen o nos muerdan después. Qué inocencia o qué estupidez.

Marbella da escorpiones blancos con el veneno oliendo a limón; en los ayuntamientos, en Sevilla o en Barcelona, la democracia es una simonía; la subasta del mundo la ganan con gran velocidad los corruptos; vivimos sobre el cementerio del dinero negro, donde los ataudes pesan como en oro; la riqueza la crean los asesinos, los traficantes, los compradores de esqueltos de caballos; la política se caga en sus piscinas de champán y se ríe del votante. Todo, mientras los flautistas de siempre nos hablan de derechos, justicia, libertad, civilización, progreso. Vuelvo a la Divina Comedia de Dante, donde el Infierno es el tren de los escobazos y el Cielo un viñedo. Nunca encontró uno consuelo en los cuentos de hadas. Ni los niños vencen a los piratas ni Dios nos separará en estratos. El Infierno es un congelador para aplazar la Justicia, de la que deberían encargarse los humanos porque los dioses andan cansados o borrachos. Pero la Justicia de los hombres falla, lo veo cuando en Marbella se abre ahora una alcantarilla muy vieja y muy pequeña, cuando los jueces se duermen sobre los sumarios y los abogados se tapan con varias mantas. Lo veo cuando asumo que la corrupción política pasará como un desfile por los diarios y todo seguirá igual. El Infierno, que no existe, es lo que nos queda cuando la Justicia es un fracaso y la esperanza, otro poema.

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