Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

22 de septiembre de 2005

Histórica deuda

Es el bronce que le están poniendo los políticos a todo, sea un atrio o sean sus orgullos y egoísmos viejos. Lo histórico, nos apabulla lo histórico, un antiguo galeón que volvió con gloria y peste, templos emergiendo entre estatutos, enredaderas que llegan a todas las escalinatas. Las naciones históricas, la memoria histórica, los derechos históricos y hasta un dinero histórico que se le cayó a un antepasado como una dentadura floja. La política está cavadora, hociquera, numismática y juntacadáveres. Mirar al ahora es dejar nuestra vida como un trasto de metacrilato y hay que volver a lo histórico, o inventárselo, para ser herederos de una armadura, de una nariz de conquistador o de una cueva de dragones heráldicos. Empieza a fastidiarme mucho lo histórico como marca, como epíteto, como latiguillo y como modernidad.

De la deuda histórica andaluza creo que también hay que empezar a dudar como de las leyendas de los aparecidos y de las espadas. Y no me refiero a lo incontestable del atraso andaluz; más bien a cómo esta suculenta saca ha sido manejada por los políticos. Puestos a buscar causas a nuestra pobreza, nos podríamos ir, no ya al XIX, al fracaso de nuestra industrialización en favor del norte o a la forma en que la Restauración borbónica favoreció la oligarquía centralizada y los terratenientes absentistas, sino, si quieren, hasta el siglo XV, para ver Andalucía en una política de “tierra de conquista” y siembra de regalías. Como la Historia es tramposa, no entraremos en estos juegos que nos llevan al Diluvio, pero vemos que una deuda que puede remontarse a la primera dote de un fenicio se encuentra ya sin fenicios a los que recordárselo.

La deuda histórica se menciona en el Estatuto de Autonomía como unas “asignaciones complementarias” en los Presupuestos Generales del Estado para que, dada la situación socioeconómica de nuestra tierra, se pueda alcanzar “un nivel mínimo de prestaciones” en los servicios transferidos. Pero esto casi está más en sintonía con la idea del ministro Jordi Sevilla que con lo que nos han ido acostumbrado los políticos de aquí, o sea, la deuda como una cosecha por cobrar. La deuda montonera le parece a uno ya un invento por darle a la gente la ilusión de una pedrea y que ha terminado en chantaje o en zanahoria de burro. La deuda histórica ha funcionado como martillazo contra el gobierno enemigo o como miel que llegará con el gobierno amigo y que está siempre en el futuro como está en los niños el día de Reyes; ha funcionado como medallón de los programas electorales y como medida de buenos y malos andaluces en nuestro Parlamento; se llegó a cuantificar no sabemos si calculando al peso los siglos y sigue siendo cañonería por presencia o por ausencia. En resumen, nada, aparte de vistosas contradicciones. Por ejemplo, que si la Andalucía imparable fuese cierta, ninguna falta haría el cobro de esa deuda histórica.

Como todo lo histórico que nos llega, quizá esta deuda es también sólo despiste, polverío y candelabros que se tiran los políticos. Con un agujero eterno en el dinero, además, resulta más fácil justificar la incompetencia. Uno lo que desearía es que nos desapareciese ese complejo de Bienvenido Mr. Marshall que siempre coloca fuera de Andalucía la fuente de nuestra salvación. La de la dignidad sí es una verdadera e histórica deuda, pero ésa la tendremos que negociar con nosotros mismos.

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