Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

13 de octubre de 2005

El álbum

Yo tenía soldados con peana, ejércitos de sobre, tanques con una burbuja de plástico, aviones con ruido de sopa. Yo tenía una guerra en la mesa y un camaleón en la maceta y un sioux en un caballo blanco, como un húsar a medio vestir, que peleaba con las infanterías de la merienda. Un indio contra las metralletas, un pirata contra un cowboy, un mosquetero contra un submarino o contra una hormigonera, un desembarco sobre la tableta de chocolate y un alfil de mi ajedrez magnético que hacía de general o de cohete. Se me fueron perdiendo los soldados, los castillos, los airgamboys, por detrás del sofá, comidos por un gato o ahogados en la lavadora, o acaso es que yo iba creciendo. Esa guerra que venía después de la bicicleta era la infancia. Eso que se perdió para siempre bajo el sofá como un dedal era la inocencia.

Hay quien coleccionó todo eso y le salió un día de la Patria. Vuelvo a ver a los lanceros junto a los tanques y a mi sioux con caballo blanco que se alistó en la Guardia Real. De mis tardes con tarea, radionovela y pan con manteca alguien hizo un imperio, una estética, una gloria. El Ejército es un recortable. Los soldados salieron de un cropán. Los paracaidistas caen en realidad desde los migajones. La miseria que uno aprendió que es la guerra, “la desavenencia de unos pocos que causa la muerte y la desgracia de muchos”, que me parece que dijo Vargas Vila, se mira como un pastel. Son más guapos los que van a morir como a casarse.

No soy de esos pacifistas que quieren que en los cañones se planten flores, ese pacifismo que es negocio de pulseras o es suicidio ante los caníbales. Todavía son necesarios los ejércitos aunque eso sea una marca del fracaso de la Humanidad. Pero otra cosa es convertirlos en comuniones, fiestas de la primavera, el bello corazón de hierro que hace en procesión de timbal de las naciones. El día de la Hispanidad, la Fiesta Nacional que dicen, como si fuera una zambra de toreros, el día de las Fuerza Armadas y el día del Pilar, todo en uno, nos da el mazacote de las ideas mentirosas en las que nos fundan. Una Virgen flotando sobre un desfile, porque la religión es la gran legitimadora del poder, la violencia santificada y la promesa de inmortalidad como consuelo de los desgraciados que ofrecen su pecho por eso que llaman Patria, y que a lo mejor sólo es la reunión de cuatro banqueros con sacristán. El mismo cumpleaños para un país y para su Ejército, que es como decir que son una sola cosa, o que lo segundo es la cruz de guía de lo primero. Cuando un general se sienta funcionario como un cartero, y no el guardián o el templario de ninguna esencia eternal, seremos por fin civilizados. El día la Hispanidad, o de la Raza, que se decía antes. O sea, todo lo anterior queriendo ser además una unidad con la Historia y con el Pueblo. Otra mentira de romance. Patria, Dios y Espada, la Trinidad de los simples o los malvados. En Granada lo hemos visto mejor que en ese desfile industrial bajo los nubarrones madrileños. En Granada, maceros, figurines de época, misa en la catedral, tumbas y pendones de los Reyes Católicos, concejales y militares, himnos y viudas, y la peluca de Colón con más banderas. Yo jugaba con soldados de plástico, yo vencía al foagrás con fusileros y luego le daba un cigarro a mi camaleón, porque era niño. Perdí el álbum con mis cromos, perdí la inocencia. Y en el mundo en que crecía no sé si ganaban mis caballitos, la estupidez o la tristeza.

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