Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

24 de noviembre de 2005

Tránsfugas

Los traidores le servían a Shakespeare para poner más lanzas en el escenario y a Dante para terminar de llenar los últimos círculos del Infierno. A Judas, Bruto y Casio los masticaba con sus tres bocas el propio Lucifer, ahí es nada el honor. Eran traidores con la misma altura que su dios, su imperio o su verso, porque el traidor tiene el tamaño de lo que traiciona y así se gana sus escalinatas. Hay traiciones que son toda una ópera, pero la ópera está pasada de moda como la OTI y las traiciones que vemos tienen como mucho el tamaño de un concesionario o de una piscina municipal. Con la política grande y pequeña de hoy saldrían un teatro muy feo y unos traidores vestidos al estilo inmobiliario que no darían para un monólogo ni para un aria, sino si acaso para una mariscada. Según sentencia del sabio Makinavaja, en un mundo sin ética sólo nos queda la estética. Dentro de la fealdad universal de la política, a los ayuntamientos ya sólo podría salvarlos para la estética el que hablaran con rima y daga en la mano. Para la ética hace mucho que se perdieron, y seguro que Lucifer tiene reservado en estos tiempos, bajo una de sus alas membranosas, sitio como para una liga de fútbol sala de interventores, concejales de urbanismo, tenientes de alcalde y primeros ediles.

El tránsfuga de pueblo es el traidor que no llega a los reyes sino que está en su primer grado municipal, al nivel de las aceras y los camiones de riego. Suele ser alguien que ha pasado de una camisería o un kiosco al ayuntamiento y no le da ninguna pereza otra mudanza, ya que está. El roce de cerca o de lejos con los constructores y las comisiones le ha hecho ver el verdadero sentido de la política local y pronto las siglas de los partidos le parecen el mismo cirílico. Yo tuve un vecino que ha pasado por todos o casi todos los grupos municipales como por diferentes bares, y aún va como de guapo o de listo. Los ayuntamientos son en política el primer coladero de mediocres, limpiababas y mangantes, y en ese ambiente la honradez y hasta los principios ideológicos parecen ridículos como la virginidad. Tienen que salir tránsfugas, sobornos y gonorreas porque lo dan la promiscuidad y la temperatura.

Ahora toca Gibraleón, pero ya llovió antes en otros lugares, aunque quizá con menos jaleo de antenistas. Del transfugismo se han aprovechado todos los partidos, que según les va lo llaman peste o tarea de héroes. Pero ya sabemos que la hipocresía es la musa de la política. Chaves ha propuesto ahora otro comité de expertos, sabios o magos para que nos distingan el transfugismo de alguna clase de viaje astral o conversión paulina. Parece que el anterior pacto que decían tener se les perdía en las definiciones como una cristología. Sin embargo, este tipo de componendas sólo sirve para repartirse, contarse, intercambiarse estos pequeños traidores, para ser los malos o hacerse los dignos por turnos, que es una manera de acabar siempre en empate. En estos asuntos, como en los de cuernos, hacen falta dos, y el tránsfuga lo es porque sin duda lo espera solícitamente una vecina más carnosa. En Gibraleón, la vecina era el PSOE y sigue con la bata abierta. Así es como funciona la política por sus túneles. Algunos traidores llegaron a ser líricos y los pusieron los poetas a cenar con el mismo Diablo. Estos tránsfugas de pueblo no dan para una línea, para un puñal, ni para despertar a Satán de la siesta.

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