Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

15 de diciembre de 2005

Diciembre

Diciembre es la última cuchilla que se levanta contra el sol como un trineo, es la cristalería del mundo temblando, es un mes sostenido por los nichos, las campanas y las coníferas. En diciembre la naturaleza parece que va a morir y se salva en un salto. Tendríamos que morir en diciembre para hacerlo con el hemisferio, cuando se está quebrando el cielo como un lago congelado. Pero nos rescatará de nuevo el sol, el primero de los dioses, que volverá a ser un cesto volcado en la tierra, que tirará de nosotros hacia las estaciones de la vida y de las frutas. Lo saben las religiones, y ese niño que dirán que nace ahora es sólo ese sol que ahora pasa frío como un músico aterido, pero que engordará de luz y de leche. El frío, en diciembre está el frío respirando como un gran caballo, ese frío como la fuga que toca la muerte antes de ir a dormir. En diciembre los hombres son cerezas que sobrevivieron, en diciembre se echan las cortinas del mundo, en diciembre se pisan añicos del planeta, pero todo se levantará de nuevo, la vida y el tiempo como su clepsidra.

Diciembre nos coge con con un pie descalzo, con el hombre humillado, con la política podrida, con los malos siempre ganando. El universo todavía ofrece esperanzas en sus círculos, porque para la naturaleza la muerte es solamente un amago y todo vuelve con otra mezcla u otro nombre, en fango o en gusanera, en brote o en lava. Pero el ser humano, que se sueña inmortal y es sin embargo un saco de tierra y caracoles, el ser humano al que no salva este solsticio, qué hará contra el invierno, contra la muerte de su dignidad, de su libertad. Diciembre sopla, diciembre abate a los pájaros, diciembre está ahí como la proximidad de un hacha, y el hombre tiene a sus diferentes dioses matándose alto y al propio hombre matándose cerca. El odio quiere todos los huesos, el dinero se amancebó con la mentira, el diferente es enemigo, la inteligencia es un pecado. Triunfan los necios en los ayuntamientos y en los castillos, la política nos dejó huérfanos, la justicia se ríe de los ingenuos. El invierno nos llevará un día como una loba, al hombre tan estúpido y orgulloso.

Diciembre es un hielo negro, diciembre es la calavera del año, diciembre es el postre de los muertos. Diciembre tapa las ventanas, afila las nubes, muerde a las ardillas, a los viejos y a las lunas, mueve al planeta en sus columpios escarchados. Diciembre nos pasará por los ojos una navaja antes de volver a poner en marcha la máquina de la vida, de tensar la armonía del mundo, que según Kepler es igual que la música y por eso a la Tierra le corresponde sonar eternamente mi-fa-mi: miseria y famine, miseria y hambre, interpretó él. El universo, desde luego, nos conoce bien. Diciembre nos tocará la nuca como una telaraña, pero luego llamará al sol. “Muerte, ¿dónde está tu victoria?”, dice la Biblia en algún sitio. Y el sol, como hacen todos sus dioses gemelos, vencerá a la muerte. El sol, en la bandeja de su luz, nos dará un año más con aire y cielo. Pero al ser humano, ¿de dónde le vendrá esa luz? Sólo del propio ser humano, no hay otra opción. Si algún día nos damos cuenta. Si sobrevivimos a este diciembre.

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