Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

2 de febrero de 2006

Doceañismos

A las Cortes de Cádiz, que a veces parecían la mudanza de un mercado, y a su Constitución de 1812 las tenemos aquí muy sobrevaloradas y sentimentalizadas, como un diente de leche guardado en un cofrecito. Pero aquella España era una calesa llena de curas viejos, reinas con palangana y súbditos de cuello tieso, sintiéndose ante el demonio francés como una aldea a la que le robaron el santo patrón. Comparada con la Constitución de Estados Unidos, que es de 1787, la Pepa parece el Deuteronomio. Un liberalismo democrático de concepción divina y elitista, donde la tradición monárquica quedaba fuera de discusión, con un poder ejecutivo elegido directamente por el rey, con un sistema electoral indirecto, sin libertad religiosa y manteniendo la Inquisición... Recordemos que la Constitución de 1812 invocaba a la Trinidad, declaraba que “la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera” y prohibía “el ejercicio de cualquiera otra”. Esto cuando la americana ya firmaba con sotabarba que “nunca se exigirá una declaración religiosa como condición para ocupar ningún empleo o mandato público”, y en la Primera Enmienda (1791), que “el Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente”. Quizá sea nuestro sino que cada vez que nos atrasamos de la modernidad, estén atravesadas estas cristologías.

Con más eclesiásticos, funcionarios y militares que otra cosa, con unos liberales de baile poco o nada representativos de la sociedad de entonces, en Cádiz se le dio una media estocada al Antiguo Régimen y se inauguró la democracia al hispánico modo, que era seguir un poco en carroza y en capilla, o sea, más o menos como ahora. Luego vinieron otras constituciones apretadas, bravas, cortas o santas, pero la Pepa tiene una tradición como de un dulce y por eso Rajoy se fue a Cádiz, donde todos los balcones y palomas parecen doceañistas, a inaugurar su campaña en contra o a favor de algo que ya confundimos. Uno piensa que el PP se está equivocando en su estrategia, sobre todo desde la humillación a Piqué, que se atrevió a quitarle los cuernos al Estatut, el único toro que tiene en plaza Rajoy. Queriendo empezar en el Cádiz chirigotero su cola de Medinaceli, Rajoy parece haber confiado definitivamente a los pitos y a la pólvora de la calle toda su esperanza. Zapatero, que iba de tonto, les ha descolocado. Un Estatut de achicoria, quitándose de en medio a las chicharras de ERC, ya no es la bomba que iba a destrozar el corazón bordado de España. Esto se va a quedar en una segunda descentralización con las autonomías teniéndose que espabilar para comer de ellas mismas, que a lo mejor es lo que le hace falta a Andalucía, qué demonios. Al PP le están dejando una hucha por las plazas y lo atraparán en las contradicciones, pues una contradicción es que Arenas pida para Andalucía el mismo trato que para Cataluña, si aquello dicen que es una felonía y un cascapatrias.

Ha sido una negociación oscura con los pajarracos de un nacionalismo que demasiadas veces se nos muestra filonazi, pero sin llevarse al final nuestras mozas, que era con lo que nos asustaban. Pronto, las demás autonomías se querrán apuntar y el PP se quedará solo con su tircornio y su paño de lágrimas. Han ido a Cádiz a buscar el espíritu doceañista, pero la Pepa era otra reinona y Rajoy lo que parece que ha comenzado allí ha sido una caravana de fenicios muertos, cosa también muy gaditana.


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