Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

23 de febrero de 2006

Otra generación

Sólo recuerdo que aquella noche en televisión pusieron una película de Bob Hope, y que a mis diez años, tanta película seguida e inesperada me producía una sensación de día sin colegio, de Año Nuevo y domingo. Yo era un niño, y eso me permite volver a aquello con humor, pensando que en el Congreso había entrado un señor como una limpiadora enfadada a poner patas arriba los sillones de aquella Democracia que parecía todavía pretecnológica, a barrerles los pies a balazos a unos diputados de bigotito o de trenca y como a intentar que mandaran en el país los toreros. Es lo que tiene la poca edad. La transición se me aparece en la memoria como un movimiento de papeletas y libros nuevos como de sábanas por la casa o por la calle, como si antes nadie hubiera leído, salido o hecho la colada. Igualmente, del franquismo sólo me quedan estampas del Parvulito, aquel diablo disfrazado de diablo o de madrastra, la muerte de Viriato como un parricidio egipcio, un edificio o castillo que llamaban el Alcázar salvado o apagado por alguien a caballo entre nubes o águilas. Y de la Guerra Civil, únicamente me llegaron relatos sobre moros en camiones, gente que se metía debajo de las escaleras y panaderos fusilados, sin tener claro si hubo o no muertos en mi familia, que quizá simplemente no me quisieron hablar de ellos.

Meto aquí toda esta retrospectiva personal porque creo que mi generación, que pasó por la transición yendo de los brazos de las monjitas a las sumas de quebrados, tiene en cierto modo una responsabilidad histórica ineludible. Y esta responsabilidad es recordarles a los que manejan una España vieja como una balanza romana que son todos muy antiguos, los colorados y los azules, que parece que hablan y escriben con plumín, que van en tren de vapor y que están arreglando todavía las cuentas de una partida de tejido de hilo que se le perdió a la abuela. Quizá los de mi edad debemos decirles ya que nos aburre y nos preocupa su chochera, que durante sus debates nicenos yo me enchufo la Playstation, que miramos hacia Europa y no a las trincheras del sótano, que queremos la sociedad de la postransición y que habría que jubilarlos a casi todos para que nos gobernasen ya por fin los frikis del Spectrum y de Mazinger Z, a ver si así nos dejamos de catedralismos, paleografías, fantasmas de la casa, barcos hundidos y colecciones de sellos.

La vuelta a las catacumbas de ese instituto de Almonte me resulta espeluznante hasta a mí, ferviente republicano pero no por ninguna nostalgia que me es evidentemente imposible, sino porque las monarquías me parecen una pastelería. Republicano y ateo por simple higiene intelectual, me siento sin embargo tan lejos de este nuevo guerracivilismo como de Pinito del Oro. Postransición, ése me parece un término muy adecuado, pero aquí vamos todavía como vestidos para una cena en el Titanic, cambiando de postura a los muertos para que no se llaguen y buscando la condecoración de un tío coronel. Que se jubilen ya, los juntacadáveres y los del revisionismo histórico, los novecentistas y los de la Patria como una columnata, los rojos de comuna y los fachas que dicen que vamos a terminar otra vez a tiros. Queremos ya otra cosa, pero quizá tenga que pasar otra generación que no recuerde el tintero. Exigimos ya otra cosa, y no nos dejan estos viejos de petanca, con los dientes de madera y su momia bajo el chaleco.


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