Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

23 de marzo de 2006

Rigodón 1812

Quedan seis años para terminar de hacer de la Pepa la castiza, la florista, la patrona de las balconadas, los veleros, los duelistas de Cádiz, el liberalismo con tipito de caballo, la Patria de la monarquía suave y la religión como el vino de la tierra, todo eso y más haciendo setos por las diputaciones, pasteles por los parlamentos y bordados por los discursos. Quedan seis años y ya están peleándose los políticos por esta madre vieja, menos liberal de lo que la gente piensa, menos moderna de lo que la sacaron los escultores a base de enseñar un muslo por los pliegues de la ropa. Ya hemos escrito aquí otras veces sobre esta Constitución que venía de Dios a través de la peluca del rey, con sus sufragios indirectos y rentistas, con su Inquisición y su sastrería de herencia estamental. Pero no quiere uno insistir en la crítica histórica, que así me van a llamar revisionista, eso tan de moda que por lo visto consiste en liarse con los papeles como César Vidal, que parece que escribe siempre equivocándose de gafas. No, no pretende uno esto, primero porque la Historia es una señora muy seria y muy ancha que no cabe bien en la chimenea de esta columnita, pero sobre todo porque nada tiene que ver la Historia con las motivaciones de nuestros políticos, que son gente que sólo atiende a los consejos de sus barberos.

La Constitución de 1812 es algo así como la modelazo que está por venir a la provincia y ya están pensando en la foto, que por eso se entrenan con Jean Reno, que les queda como el ensayo en feo de algún afrancesamiento. Sí, porque en el potaje doceañista que están haciendo los políticos se mezcla el liberalismo de llevar casaca con un afrancesamiento que no tenía aquello (era todo lo contrario) pero que ellos ven en las estatuas, con el espíritu fundador de una vaga democracia de aquel pueblo que sin embargo gritó “vivan las caenas”, y con otros carruajes, óperas, juegos de pelota que se imaginan que tuvo la época, y que en realidad tampoco importan. Sí, el “liberalismo”, resulta que eso da para unas fotos de balneario como las de Esperanza Aguirre, da para unas protestas del PSOE que tampoco llegaría para liberal ni para palafrenero de entonces, da para unas invitaciones despreciadas y, en fin, para esos rigodones ridículos de los políticos. Nadie podría ser ahora un liberal de aquéllos igual que nadie podría pretender ser en estos momentos un castrato, pero ahí están con su competición que parece la de unos confiteros, y se insultarán de poco demócratas, de poco patrióticos y hasta de poco náuticos según falten a los actos, sesiones de rimas y gincanas que quedan hasta que terminen ese mantón del bicentenario de la Pepa.

Bastante ingenua ve uno esa queja de que tal preboste no acudió a recibir al otro, de que no vino al guateque del otro, esas ofensas a la Historia o a la dignidad de señorita que le imaginan a la Constitución de Cádiz cuando se ausenta un político de alguna ofrenda que organiza el del balcón de enfrente. ¿Pero qué esperaban? Un papel amarillo, ya muy meado por los siglos, es sólo eso si no sirve para la propaganda, y la propaganda se estropea posando junto al enemigo igual que la reputación de un donjuán retratándose con una fea. Todos serán muy “liberales” cada uno por su lado y más que el otro por descontado. Otra vez la Historia será un trofeo o una herencia, y eso a mí me interesa poco. Un fregado le daba yo a la democracia actual, más que sacar tanto a bailar a esa otra tan vieja que ni siquiera lo fue.



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