El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

25 de mayo de 2006

La cintura

Lo dijo Zapatero, cuando los velones de las tardes del Congreso se le apagaban ya en los ojos: “La cintura es la esencia de la democracia”. En los bancos, la derecha que aguanta sin desplancharse horas de rosarios, de duelos y de campanadas, se descojonaba. A Zapatero le había entrado la flojera y le salían definiciones Marie Claire con el país en la mesa de quirófano. Era cansancio o aburrimiento, era el día muy largo de arreglar ramos o engalanar escaleras, pero aquello sonó a bobada y a escudilla que se le cayó de la mano. De la cintura sólo se ocupan los boxeadores y las señoritas, y la política de ahora tiene más zancadilla que pegada y más suciedad que tipito. Cree uno que la democracia es bastante más que eso, aparte de que meter esencias en las frases es como meter trompetas en los himnos. Es por las esencias, que son los fantasmas de las ideas, que estamos en este barullo identitario, o al menos es la excusa para esta ruidosa mudanza. Platónico, sastrecillo o luchador tailandés, Zapatero falló en la sentencia con ese estrépito de fallar en una rima. La izquierda está perdiendo a la hora de hacer política seria. La derecha puede estar sola en su ironía, en su escepticismo o en su barcaza, pero todavía no sube a la tribuna con pistolas de agua y martillo de goma.

Al baile de las cinturas que se imagina Zapatero le faltaba un guante tirado, y eso es quizá el consenso que ofreció al final a Rajoy. Consenso, negociación, la sutil ciencia mediadora de Hermes, pero los políticos no están para ponerse alas en las sandalias sino para morder las canillas bajo los escaños del enemigo. Ante esta oferta de consenso dejada como un capote, me huelo que el PP, como el PSOE, se limitará a escenificar una ruptura por intransigencia del otro, que es lo que mandan los manuales. No creo que a estas alturas Rajoy vaya a aparecer de la mano del Zapatero destrozón y parar las mareas que los enfrentan por la vieja España que vive ahora como el deshielo del 78. Sabe que el consenso sería el triunfo del PSOE talantoso, que lo vendería como la doma a espuela del PP. Sabe, además, que significaría dejar al PP andaluz, que ya se ha jugado los cuartos con el no, en intermediario torpe del proceso. No se trata del estatuto valenciano, hecho por los de casa. Se trata del estatuto de la despensa socialista española, del reino inconquistable de Andalucía, y doblar la rodilla aquí representaría demasiada felonía. No creo que haya consenso, aunque me gustaría. De lo que no estoy seguro es de que el PP haya medido bien la repercusión de su postura en Andalucía, cuando toda la máquina socialista empapele la autonomía con sus caras de malo, como si fueran cuatreros.

Zapatero se mira el talle y torpea cuando los ujieres del Congreso están ya con un botón desabrochado. Aun así, lo veo ganador. Y al PP, cegado. Si yo fuera Rajoy, hubiese hasta votado sí el otro día y luego me esforzaría, sin blandear, por alcanzar el consenso. Eso dejaría al PSOE sin los argumentos del muchacho bueno de la película y al PP sin la mandíbula carcelaria con la que va ahora. Pero esta mano está llena de faroles, que es cuando las cartas traen la gloria o la sangre, y nadie se va a tirar sobre el tapete verde con jeta de panoli. La cintura, Zapatero decía que la esencia de la democracia es la cintura. Pero ésta que tenemos sólo es patada en la ingle. Sonarán huesos quebrados. Y los vencidos estarán muertos y los ganadores, eternizados. Hermes también guiaba a veces las almas de los hombres hacia el Hades.



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