El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

28 de septiembre de 2006

Sucesión

Los embarazos nacionales de Doña Letizia convierten al país y a su Parlamento en suegra, y quizá incluso a la Constitución en nana. Estas cosas que no por mayestáticas dejan de parecer granjeras, nos sorprenden siempre mucho a los republicanos. Un embarazo como de la Cibeles, como del Museo del Prado embarazado, algo así como si estuviera por llegar no una personita sino su cuadro o su estatua en carroza; embarazo de un Mesías o de un santo patrón, de España como la virgen pastorcita que es. Hubo un tiempo en el que los imperios dependían verdaderamente de la reina bien preñada y se organizaban novenas si el rey no empalmaba o su esposa infecunda sangraba con cada luna. Las vergas reales no creaban hijos sino facciones y el siglo fiero y carlista nos lo trajo la adhesión a una u otra coyunda en la familia más que a cuestiones de Antiguo o Nuevo Régimen. Como digo, a los republicanos todo esto nos parece siempre primitivo, tribal y conejero. No cree uno que el futuro, el bienestar, el equilibrio o la legitimidad de nada pueda venir de ninguna preñez sagrada, y la realeza reproduciéndose a hijo por año a mí a lo que me recuerda es a aquella nuera de La gata sobre el tejado de cinc. Sin embargo, tendremos debate sucesorio y esta Constitución que parecía bíblica se modificará para que la igualdad de sexo se establezca en la desigualdad fundamental de la monarquía, elegante paradoja. Pero no será éste mi debate, que en nada me atañe y ya habrá cortesanos y chambelanes que se encarguen. Son otras sucesiones las que me interesan, pues debería ser la política, y no las alcobas, las trenzas y los rubores de princesas lánguidas, lo que moviera a un país civilizado.

En política, los herederos son otra costumbre de césar que se ha impuesto. Rajoy fue elegido a dedo por Aznar después de que éste ayunara en las montañas saduceas de su soledad. Artur Mas nació de la costilla jorobada de Pujol y también Fraga dejó hijos políticos por sus pazos como el ogro de las cosechas y de las mozas que fue. Este delfinario se está volviendo demasiado común, los partidos están adoptando las costumbres de palacio, con cortinas sagaces y uvas envenenadas y señores preñados de otro señor como un paje de su dama. Después de la jubilación de Ibarra, escenificada como una abdicación, miramos a Chaves, que es el único que queda en la dinastía del socialismo egipcio. Sin embargo, más que por el culo atrapado en la silla, más que por su capa hecha a las criptas del sociatismo andaluz, más que por su talla de sombrero que coincide con la del régimen, sabemos que Chaves no se va a ir porque no le vemos heredero, porque no ha ido presentando sucesor y los demás están haciendo o las mortajas o la primera comunión en San Telmo. Zarrías es un aya, no un hijo. Plata se quemará con Marbella antes de que a nadie se le ocurra presentarlo como príncipe. Para los que han apuntado a una mujer para la nueva era, las consejeras y ministras se han quedado en guiñol, igual que María del Mar Moreno se apolilla tras la puerta de una eterna ayudantía. Sabemos que Chaves no se irá porque no hay heredero. Un día, sin embargo, nos encontraremos a Chaves preñado y el respiro de ver desguazado el último barco de esa vieja flota se ensombrecerá con la convicción de que continúa la saga. A menos que haya aquí una revolución. Zapatero lo fue. Pero en Andalucía todos están demasiado cómodos para revoluciones y guillotinas. Sólo habrá fotos de bautizos y parecidos de las narices, como en la Zarzuela.



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