El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

5 de octubre de 2006

Protesto

De los juzgados tenía uno la imagen de las películas americanas, con la horca ya dentro, el juez evangélico, la Biblia incrustada de balas, los abogados operísticos y el jurado como una estación de ferrocarril llevada hasta allí. La ley americana viene de no tener al principio ley sino cuerdas y perchas, iglesias y pianistas, y ya se les quedó la costumbre de hacer los juicios con eso. Quedaban tan cinematográficos porque en cada uno parecía que volvían a inventar todo el derecho, las liturgias, las gramáticas y las razas de su pueblo. En Estados Unidos hay muchos abogados porque hay pocas leyes, se apañan con poco más que aquella vieja Constitución masónica y sus famosas enmiendas que parecen avenidas, y el resto tienen que jugárselo con la labia del letrado, con lo bien que salte al balcón del jurado, con esos alegatos que escribían la noche antes como desesperadas cartas de amor. Los juicios allí se diría que se hacían para el cine antes del cine, eran pugilísticos, con hombres de silencios mirándose a los ojos como pistoleros, con la bandera y los héroes recortados contra el sol, y todos tenían final de película aun sin quererlo. Recuerdo a James Stewart o a Spencer Tracy llegando hasta un inocente por salvar o a un Dios por desmentir, que allí todo eso se puede discutir en un juicio, comenzar por el principio del mundo y del hombre y añadirle prensa y mímica. Aquello era una manera humana y elegíaca de manejar la justicia, equivocándose o no igual que en otros sistemas, pero trayendo más suspense, más desmayos y más póquer.

Entre que el juicio allí lo decida un granjero o la lágrima de un último testigo y que aquí lo haga un juez que salga macho, morrocotudo, torpe o ideológico, no sé con qué quedarme. Aquí hay más leyes y menos demandas y Ally McBeal tendría que trabajar seguramente para un constructor, pero los jueces siguen redactando sentencias de borracho, condenando por matas de poleo mientras se disculpa a agresores sexuales, se marchan por la puerta de atrás los de los maletines o se deja a Farruquito en la calle con su muerto como un violonchelo. Eso sí, de vez en cuando viene luego otro juez más cabal y lo arregla todo con la misma ley pero con otras gafas. Mal hechas estarán nuestras abundantes leyes cuando parece que todo depende de eso, de las gafas y de la bombilla que ponga el juez. Mal hechas estarán cuando para defender o reprobar a Garzón, el Consejo General del Poder Judicial lo que ha hace es montar un partidillo entre jueces progresistas y conservadores (no se preocupen que no voy entrar en lo del ácido bórico, que yo también lo he descubierto en mi cuarto de baño, en un bote de Fungusol, y me da miedo pensar que me he estado bombardeando los pies este verano). Pero la contaminación política de nuestra Justicia, que por cierto fue planeada cuidadosamente por el felipismo (aquel asesinato de Montesquieu por Guerra que hemos comentado tantas veces), es lo que nos trae. Ahora se va a revisar también la sentencia del caso Holgado y veremos si las verdades cambian o no, igual que ha cambiado lo de Farruquito de una vida egipciaca a tres años de trullo. Por cierto, menos mal que Farruquito no vive en USA, porque el otro día, en una serie de televisión de allí, salía un preso que, por robo de vehículo y atropello mortal, cumplía cadena perpetua. Por todo ello, por esta Justicia politizada, bailona, pastosa, agorguerada, que parece tantas veces arbitraria o divorciada del sentido común, protesto. Claro que en nuestros juicios esto no se hace, es sólo cosa de las películas americanas.



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