El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

24 de diciembre de 2006

Tono a lo divino

Entran en el tocador de la Virgen, en los calzones de San José, en el anisete del cielo, en las moliendas del pueblo, en las dulces queserías de Dios. Los villancicos son la cristiandad musicalizada por la abuela, la religión aturronada en la chimenea y los niños como pajes o bueyes cantores del misterio. Aquí, al menos. En la otra Navidad de la Coca Cola, de donde nos viene un Santa Claus cervecero, la tradición apunta más a crooners cantando con pajarita en el trineo, a una alegría más atmosférica y a un como jugueteo con las luces de unas ardillas un poco laicas. La palabra inglesa carol, que se traduce por villancico, tiene en realidad una etimología muy diferente procedente del francés y que se refiere a un canto acompañado de un baile en círculo (también existe la palabra española carola que significa más o menos eso). Pero nuestros villancicos, que trajinan con burras y suegras a la vez que con la domesticidad de la Sagrada Familia, no siempre fueron el sirope navideño que ahora nos hace resbalar por los supermercados. Los villancicos eran solamente piezas campesinas (cantadas por villanos) en las que solían alternarse un estribillo y diferentes coplas. Podían ser de tema mundano (“tono a lo humano”) o religioso (“tono a lo divino”), pero nada les obligaba a ponerse ni quitarse remiendos de camino al Portal. Como tesoro nacional del villancico, más que las recopilaciones que nos sacan por estas fechas las cajas de ahorros, tenemos el Cancionero de Palacio (S. XV), donde destacan las composiciones de Juan del Enzina. Aunque yo, personalmente, tengo predilección por algunas piezas del Cancionero de Upsala, y una de ellas, la anónima y bellísima “Si la noche haze escura”, villancico de la ausencia del amor, me sirve de antídoto cuando me agobian los campanilleros, los peces ebrios de natividad y los reyes magos que llegan por Holanda, ya ven cómo irían.

Esta Navidad viene con sus cerezas envenenadas e igual que hay guerras de belenes, también hay susceptibilidades por unos villancicos que ahora hay que manejar como nitroglicerina. Los parlamentarios andaluces son unas personas entre serias y encamadas pero que, como casi todos ahora, también se ponen los patines navideños y hasta las narices de reno. Su costumbre de cerrar este periodo de sesiones con unos villancicos da para muchas maldades o gracietas, porque sus señorías cantan como un coro de futbolistas, algunos tienen cuello de polvorón y otros ojitos de vino dulce, y, afilando los puñales, podríamos decir que les pega mucho eso de declarar tan festivamente su villanía, según lo que explicábamos antes. Pero aquí donde uno ve el último licor del año y el ridículo o la ternura de unos señores de naturaleza enfurruñada dando palmitas o negándose, otros ven en el entrar o no en ese corro malos rollos, insinuaciones, desprecios y alineamientos. Yo tampoco hubiera participado porque, además de mi condición de “ateo militante” como Antonio Romero, esas cosas me dan sarpullido estético. Aparte eso, ni me parece mal que unos señores se lancen alegres por la blanda colina de las tradiciones, ni me ofende que en un Parlamento se cante a un Niño Dios de pan y almendra, ni me infunde sospecha quien no quiere participar y se va a su casa. Estamos sacando la cosas de quicio, e igual que hay algunos que están interpretando la laicidad como demolición o escupitajo, en el otro lado todavía parecen querer imponer para todos el azúcar que cae de las alas de sus ángeles porque no hace daño ni cría costra. El otro día en el Parlamento no había “tono a lo divino”, sino otra cosa más ligera, castañera e inocua. Nada que merezca preocupación ni malicia. Disfruten de la Nochebuena y canten o no villancicos navideños o de los otros. Las guerras de verdad nos esperan pronto.



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