El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

29 de marzo de 2007

Fusilando

LOS DÍAS PERSIGUIÉNDOSE • LUIS MIGUEL FUENTES

A Almudena Grandes las descripciones de los culos le salen geográficas o con sónar, pero tampoco es que haya nacido para la metáfora. Para la metáfora hay que nacer como para el crimen, con un ojo nocturno y una mano enguantada que reconocen y buscan y se gustan en ese cuello y ese grito que tienen todas las palabras. Almudena Grandes hace novelas de cafeína y de polvazos con esa soltura que tiene cierta literatura de hoy para encajar en el metro, en los ansiolíticos, en la película y en la vaginitis de los lectores. Pero ese tamaño de una sola palabra que tiene la literatura cuando es arte de verdad, esa palabra que se hace todo un cuadro como puede hacer un asesinato sólo la intención de guardar un cuchillo, eso, lo desconoce. Por eso quizá hay que perdonarle las metáforas. En ese grupo de Rota, Almudena Grandes es la multicopista, García Montero es el desmayo en mitad del café, Mendicutti es la inventiva del humor, y el poeta más poderoso, claro, es Sabina, al que le pesa la literatura dentro como le pesa el alma al revólver, con más talento en cualquiera de sus letras que Almudena Grandes en la suma lavandera de sus tochos. De todos ellos, creo, Grandes es la que tiene menos metáfora y eso se nota enseguida igual que tener mucha nariz o mucho flato.

No hay moral en la metáfora, sólo mala puntería para la sensación o para el brochazo. En cualquier caso, al que escribe le corresponde cargar con sus metáforas como con sus borracheras. Almudena Grandes dijo en Sevilla que “fusilaría” cada mañana a dos o tres voces que le “sacan de quicio”, y eso le quedó pobre como metáfora y ancho como cinismo. Fusilar voces quizá le sonaba a fusilar en efigie a los espíritus de cierta ideología igual que a sus uniformes en tendederos. Fusilar voces a lo mejor sólo era romper ese gramófono con el que suena la derecha, rajar en su casa el tambor que le machaca las sienes. Lo que ocurre es que, en alguien sin metáfora, fusilar se queda en fusilar como sus culos se quedan en agujeros. Es decir, que no hemos visto metáfora en la metáfora, que es lo peor que le puede ocurrir a un escritor. Entonces ya no hay ingenio, ni hay cinismo, ni hay provocación inteligente, sino que se diría que Almudena Grandes carga verdaderamente con el mosquetón y sólo tiene eso para ofrecer, como un cazo o un muñón de su pobre intelectualidad. Creo que se lo recuerdo a Ortega y Gasset, contar eso de que Baroja veía la trampa de la literatura en “llamar dátiles a los dedos”. Pero Almudena Grandes llama “fusilar” a “fusilar” y ahí no hay nada sino pereza y quizá ganas verdaderas de que algunos amanezcan con sombra de hierro en las paredes.

Ha habido mucho jaleo con esas fotos porno-religiosas, ya ven, cuando uno creía que con Buñuel o Pasolini o Godard todo eso debería resultar ya viejo e inofensivo. ¿Habrá algo más manido que lo de épater les bourgeois? Bueno, quizá sólo el sentirse escandalizado, que es siempre el colmo de la inelegancia y de la inactualidad. Los escritores, aun los escritores sin arte, siguen intentando la provocación, con brillantez o con manazas, y eso no me escandaliza. Pero sí me da pena, y todavía más, miedo, el amago de una izquierda con canana, tanto como la derecha en sus cabalgadas con Dios y la Patria. No, aquí no hay que fusilar a nadie. Ni siquiera a las voces que mañanean su odio. Tampoco a los fotógrafos de las pollas de los santos ni a los novelistas de festival. Perdonemos las malas metáforas. Pero guardemos de una puta vez los fusiles y que los poetas saquen, si acaso, aquellas espadas suyas como labios.


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