El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

19 de abril de 2007

Huelga

La huelga, me encuentro algo así como un domingo montado con destornilladores. Ya sólo queda incendiar el agua de la Bahía de Cádiz, reventar sus fiambreras y que luego este silencio de ganchos parados en el cielo conmueva a alguien o nos justifique en la pena. Conmover, más que presionar. Me suena tardona, ingenua o floja esta huelga, como si fuera sólo un intento de esculturizar en un grito sobre un yunque el inevitable fracaso. Las huelgas podían fundar un siglo, traer una nueva clase al ruido de la historia, pero hoy veo una huelga que pide piedad y planea molestar al patrón dejando dormir a los autobuseros y a los escolares. Detener una fábrica que ya está detenida, cerrar las pastelerías, guardar los camiones, parece muy poca guerra contra una multinacional lejana y chula a la que poco le importará que no haya pan un día en estos pueblos panaderos de aquí, que son como africanos para ellos. Se puede hacer una huelga para luchar o se puede hacer una huelga para morir, y es a lo que me suena esto, a morir con la camisa abierta, en la foto del último mazazo, por no enfadar a la tradición o a la dignidad.

Me sorprendo firmando una hojilla contra el cierre de Delphi y me pregunto, en realidad, qué estoy firmando y contra quién. Es igual que cuando te piden firmar contra el sida o contra el cambio climático, como si acaso tu nombre pudiera desinfectar de virus o de maleza el mundo. Pero me tiran la clase, el obreraje, no sé, cierta sentimentalidad, cierta rabia de que los errores del gran dinero o de la política terminen siempre en el desahucio del que sólo tiene su mano, su trabajo y su mendrugo. Y sin embargo sé que son demasiados los equivocados y los culpables, tantos como los que tiene el derretimiento de los polos. Primero nuestros políticos, que nunca planearon más que una industria aparente, con teatrillos subvencionados, con postizos de aviones, con fábricas como coladores, siempre prestadas y siempre a medio volarse. Y qué decir de los sindicatos, comodones, burocratizados, ociosos, sumisos al poder político, pagados para callarse, alimentados a cucharadas, con esa “concertación” que era el matrimonio que consentían con un viejo repugnante. Tampoco ellos protestaron aun viendo que todo consistía en poner parches, en abrillantar el mismo tornillo, en mantener el tipito, en perfumar el pantano y en que rodara la propaganda. Estos sindicatos que ahora se ponen guerrilleros, dignos, sublevados, nada hicieron sino sonreír y darse unas manos sucias de mentirosos con sus dueños políticos. Todos ellos son más culpables que el dinero americano que no mira nada. Aquí no hay tejido industrial, sólo viven la latonería y el prestamismo de una falsedad que ya se convirtió hace mucho en una larga y mimada traición.

La huelga... Por las calles todos los coches parecen ambulancias, la gente ha dejado sus cerrojos como besos en una carta, una nieve cenicienta nos salva hoy de la oficina, de la escuela y hasta de la culpa. Algo pesa en Cádiz, sobre el día como una capota. Seamos solidarios, seamos tenderos y curritos y madres y viudas contra los malos del capital y el poder. Así no pensaremos en lo que no hicimos cuando se podía, ni en lo que vamos a hacer para que esto no ocurra más.



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