El Cínico

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29/08/99

Aznar en Silos.

Los políticos en chanclas y camiseta, sin la pompa del traje y esas salidas toreras de los coches oficiales, cobran una ternura o una simpatía más cercana y frágil. Ellos lo saben y lo explotan, y por eso se dan esos baños ceremoniosos y con guión, para que veamos que se mojan igual que los demás y que también se les mete el bañador en el culo, como al resto de la alborozada humanidad dominguera. Las vacaciones de los políticos suelen ser benignas y dulcificantes, un olvido de su fiereza que les sirve para reconciliarse con el electorado que les ve, por una vez, seres con ombligo, tapergüer y pelos en las piernas.

Este agosto, sin embargo, cierta maldad reconcomida de campaña les ha embravecido y afilado los dientes, y, con el pique, han demostrado que, si quieren, también son capaces de guardarse las mejores para soltarlas entre la sangría y el chapuzón. Entre tanto relax de barbacoa y manicura mental, todavía les ha sobrado tiempo para regalar titulares que, la verdad, han venido muy bien para cubrir los huecos que dejaban en los medios las mordeduras de los perros y las crónicas de verano, ese pecadillo del periodismo que va de chuflearse del bestiario desvencijado del cuché.

Agosto se nos ha pasado con la guerra africana del GIL y el embrollo de las pensiones sobresaltándonos en la tumbona y cortándonos la digestión. Para mí que ha sido la visión del morito que vende relojes y bombas para neumáticos en la playa lo que ha inspirado al cacique de Marbella y al honorable ‘president’, más que lo de Romero Robledo, aquel político de la Restauración que compraba votos a duro. Mísera verdad ésa de que siempre hay alguien dispuesto a dejarse comparar por alguna baratija. A nuestros pensionistas, según ha tasado algún estraperlista de votos, les basta con unas 700 pesetas al mes. Lo de Bermúdez, esa mujer enconada, infantiloide, malhablada y de jeta levemente austrina, como de Felipe IV pero sin gorguera, ha salido algo más caro. Pero son dineros que, en ambos casos, se dan por bien invertidos.

A Aznar, como nunca, el reposo sobrio y medieval de Quintanilla de Onésimo le vino que ni pintado para sosegar el espíritu y cerrar las heridas de la caja única que se le abrieron este agosto loco. La tierra donde se crece (políticamente en este caso) abriga como pocas cosas, aunque uno, desde el sur, siempre recuerda un Valladolid de invierno, el frío crudo y epidérmico y una niebla empecinada de consistencia británica que se agarraba al gris y al rojo de los edificios de Arturo Eyries como si fueran cumbres de los Cárpatos. (Yo antes iba bastante a menudo, cuando tenía una novia por allí, a dejarme embelesar por los lametones de unas eses limpias y elásticas y a que me rechinara la gramática con ese leísmo/laísmo chocante para mí, tan chocante como era para ellos mi ceceo discreto pero evidente, un ceceo como el de Alejandro Sanz cuando se relaja en una entrevista).

Aznar, que tiene presencia de frío de Valladolid y de pescar truchas, gusta de volver a sus orígenes en una peregrinación anual que le devuelve a su esencia de político/contable de provincias y de familia bien que igual podría haber vivido en la calle Santiago. Es el norte de Castilla una región de piedra, de iglesias, puentes y vino que nace en cuevas, una cosa apagada, discreta y apacible, como el mismo Aznar. Al presidente le pega eso mucho, la piedra, las iglesias y el pan ácimo, y es normal que se vaya allí a hacer ejercicios espirituales, como buen católico de derechas (perdón, de centro), y a comer en austero con los monjes de Silos, estrellas discográficas que son casi como Madonna pero con voto de castidad.

Aunque no se haya hecho público, a mí me consta que, durante la visita a Silos, Aznar improvisó un gregoriano muy bien timbrado con letra sacada del Pacto de Toledo (ya se sabe que el gregoriano es música divina y que servirá para que un ángel también de piedra se le aparezca a Pujol y a Chaves y les cante las cuarenta). Alguien dice, incluso, que se confesó del pecado de torpeza de no adelantar las elecciones ante los cabeceos de desaprobación de un monje de severidad oblonga y tenebrista que le leyó la cartilla del buen político de derechas (perdón, de centro), que así es como deben ser los buenos hijos que salen políticos. Pero lo mejor vino en la comida, donde, por lo visto, por culpa de una petaca con Ribera del Duero que coló, Aznar se arrancó y le dedicó una coplilla a Pujol y al Aneto con la música de Heidi. Esto, claro, no gustó mucho a los monjes, que no escuchan música impía y sólo se permiten de vez en cuando la versión ‘maxi single’ del Rosario por el Papa. Todo terminó con un coscorroncillo cariñoso del abad.

Limpio de alma y tripas, como se ve, Aznar ha dado comienzo al nuevo curso político, que será de campaña permanente y agotadora, como de ir empalmando juergas. Piensa uno que, mejor que a Silos, debería haber ido a Lourdes. La categoría es la categoría...

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