El Cínico

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31/10/99

Caramelitos para los viejos.

Los españoles ya no quieren tener hijos. Les fastidian el presupuesto, los fines de semana y el sexo en la cocina. Los hijos, esos ratoncitos destrozones y caros, son un estorbo para la pareja moderna, que tiene prioridades modernas, jefe por partida doble e hipotecas sangrantes. En la lucha por la estabilidad emocional y profesional, lo de la procreación queda animal, burdo e inhóspito, y así la pirámide de población se va dando la vuelta con un ensordecedor rugido arquitectónico, y en las plazas ya no hay niños persiguiendo a las palomas, sino abuelos y abuelas sin nietos que se solean con la parsimonia desganada que dan el tiempo perdido y la soledad.

A la parte de arriba de la pirámide, que se va ensanchando y que copa las estadísticas, han tenido que cambiare el nombre para que no les quedara feo en la contaduría. Ahora llaman "mayores" a los viejos, a los ancianos, a nuestra memoria viva y sufriente de la historia, quizá porque tercera edad no dejaba de sonarles a Biafra, y un grupo tan grande de la población no se merece tamaño desprecio. Los burócratas, que suelen desatender la riqueza y el acierto del lenguaje, siempre creen que el eufemismo dignifica, cuando en realidad sólo es un afeite que embadurna y desfigura la esencia a pegotones. Pero a los guías que contrata el Inserso les queda mejor, les parece que les están quitando años o añadiendo vida cuando los llaman ("a ver, los mayores por aquí") para repartirles la sopita, y lo que hacen es uniformarlos de la memez de la corrección política y el aborregamiento.

A los "mayores", o sea, nuestros queridos viejos de siempre, el descenso de la natalidad les está cubriendo el pelo blanco de un gratinado crujiente al que no pueden resistirse los políticos, a ver a quién le amarga un dulce. Son más de siete millones en España, siete millones de artritis, lumbagos y dentaduras postizas que, alzando los bastones, podrían derribar o glorificar gobiernos sin descalzarse las pantuflas. Todos, y el último el PP, han acabado enamorados de esos rodetes canos y esas canillas peladas rejuvenecidos de repente por el perfume fresco y fino del voto, y van suspirando por los pasillos de sedes y ministerios, entre alfombras y maderas, por sus viejecitos tan tiernos, tan apetitosos y tan manejables.

La vejez tiene algo de segunda infancia, de segunda inocencia. A los viejos se les habla también con voz boba y haciendo morisquetas, como cuando se le da el potito al nene. Los toman por tontos y por dóciles y por chochos, y, como los niños, tienen pervertidos esperándolos en las esquinas para ofrecerles caramelitos. El caramelito de nuestros viejos es el sustento endeble y mayormente miserable de las pensiones, y el pervertido que les enseña el pito es el político baboso, que quiere montarse la juerga a su costa sin más que comprar cinco duros de pictolines. Así, el PP, que tiene todavía despoblada su ideología de centro, como un pisito nuevo con sillas de tijera y mesas de plástico, ha abandonado eso que defendían tanto de los planes privados de pensiones y quiere ponerse en el salón de su centrismo la camilla de caoba y el mueble bar, tirando por lo social, por lo demagógico y por lo nietecito cariñoso. 2.600 actos, 900 vallas, 10.000 carteles... Fachadas, folletos y buzoneos estilo Telepizza va a utilizar el PP para intentar ganarse a nuestros viejos, para convencerlos de que no son el demonio de la liberalización que les quiere dejar en alpargatas y recogiendo cartones, que siempre han querido mucho a sus abuelitos y que lloraron cuando Heidi dejó al suyo para irse a Francfort.

El PP hace ahora esto, que le queda tan feo, ante la mina de votantes que le florece, pero el PSOE ya lo hacía desde el principio. Compraban votos con viajes a Marbella de dieta blanda, los espantaban con el coco de la derechona y les decían que ellos eran los únicos que garantizarían sus pensiones. Lo de tener en quiebra a la Seguridad Social era lo de menos, que la ideología es la ideología. Si unos y otros se permiten traficar con los jubilados, camelarlos con chucherías y carne con moscas, es sólo porque nuestros viejos no son conscientes todavía del poder que tienen, que desde la mecedora pueden agarrar por los mismísimos al gobierno que se les ponga delante. En cuanto se den cuenta, que será pronto, sólo recibirán de ellos el desprecio de una risa membranosa de encías sin dientes. Y un bastonazo en los riñones.

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