El Cínico

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10/05/99

Nacionalismos.

El nacionalismo es una droga facilona y algo vulgar, es como el oler pegamento de las ideas sociales y políticas. Proporciona un consuelo doméstico inmediato, un dopado consanguíneo barato y autocomplaciente, onanista casi. El nacionalismo da esa satisfacción comunal, dominguera y soleada que tienen los bodorrios familiares o las paellitas en el campo. El grupo, la comunidad, el pueblo, con el que cantar himnos y caminar codo a codo: a las barricadas, compañeros; no nos moverán; colega, pásame el porrito. Todo con un afecto tribal de hermanamiento uniforme y levemente jipioso.

El nacionalismo maneja una falacia fundamental, que es la idea de identidad de un pueblo, de esencia de una nación, conceptos mágicos y palabras altisonantes y vacías de una metafísica acelajada y casposa, como aristotélica. Pero lo malo del nacionalismo es que va siempre con mala fe, porque necesita de enemigos y broncas para que el grupo subsista. El nacionalista es como ese vecino que está deseando que nuestro perro se escape y se mee en una rueda de su coche para rayarnos el capó y no devolvernos jamás las tijeras de podar que le prestamos, además de ir por ahí poniéndonos de cabrón para arriba.

En esta España de la Constitución, que me parece a veces un país desmembrado o recosido, lleno de tijeretazos, tenemos muchos nacionalismos, y no son todos iguales. El nacionalismo vasco, por ejemplo, es un nacionalismo blanco megaperls, excluyente, montuno y no romanizado. Van de oprimidos o invadidos, a lo Braveheart, porque dicen, como el "probe Migué", que eran muy felices en su montaña, hasta que llegó la civilización, que tiende, ya se sabe, a allanar todas las montañas. Pero ellos no quieren más vastedad ni más civilización que la de sus cumbres y sus prados llenos de aizkolaris danzando el aurresku, para ellos no existe más que su Euskal Herria hablando toda en ese idioma difícil que tienen, atiesado de kas y consonantes imposibles. Cualquier otra cosa sobra, hasta el resto de los vascos que no piensan como ellos, y por ello practican esa limpieza étnica subliminal.

Pero también hay matices en el nacionalismo vasco (quitando esas alimañas de ETA, de las que no hablaré porque no soy biólogo). El nacionalismo vasco de EH/HB es, además, depredador y gamberro/guerrillero. Es curioso observar a esta gente de EH, que tienen todos, no sé por qué, pinta como de okupas o macarras de arrabal, defendiendo el romanticismo belicoso y primitivo de sus cruzadas, su país y su esencia, esencia que es sólo un sueño de aldea gala no conquistada, como la de Asterix. El caso es que este sueño también es compartido en sus fundamentos por personajes tan pintorescos como ese Setién, mezcla de cura y pelotari, obispo de hostias y hoja parroquial, y ese Arzallus tan hiperbóreo y soberbio, que se hace análisis de sangre todos los días para demostrar que lo vasco es una cosa biomolecular y empíricamente comprobable.

El nacionalismo catalán, en cambio, es exactamente burgués, feo, gordinflón y económico, de una sordidez dickensiana. Es, también, un nacionalismo falso y algo etéreo porque, como la felicidad, saben que es imposible, pero se entretienen jugando a buscarlo. Dudo muchísimo que Cataluña quiera (que sus ciudadanos quieran) la independencia de España, pero mientras, este Pujol conscientemente repelente, empeñado en hacerse odioso para el resto de la humanidad, negocia, pacta y capotea al gobierno nacional para sacarle cuartos y poderes. Si de verdad se les diera la independencia, Pujol se vería desolado, acabado, sin nada que por lo que vivir. Por eso el primero que no la quiere es él.

Pero, desde luego, no hay que olvidar el nacionalismo español, que también existe, y que es tan ridículo como el resto. El español es un nacionalismo medieval y mesetario, de Agustina de Aragón, Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín. Sueña con el Imperio donde no se ponía el sol y se le revuelven las entrañas pensando en el 98. Dice todavía "las Vascongadas" y recuerda a Zarra. Es un nacionalismo de aristocracia vencida o arruinada, como los carlistas, y su aureola es cervantina y muy del Siglo de Oro.

Hay todavía otros, como el nacionalismo andaluz, que apenas existe como tal, doliente, misérrimo, de pobre y de odio al señorito. Pero todos, como se ve, son infantiles y risibles. Los nacionalismos resultan cada día más arcaicos y desdeñables (ya lo estamos viendo en los Balcanes), cada vez caben menos en este planeta que tiende a lo global, a lo puramente terráqueo. Y es que hasta que no nos veamos todos simplemente como humanos, hasta que nos demos cuenta de que las divisiones administrativas no nos definen y renunciemos a poner banderas y contiendas en cada trozo de terruño, esta civilización nuestra no llegará a nada. La Historia lo dirá.

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