El Cínico

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17/05/99

Pujol y el asesinato hertziano.

Mi madre, tan buena madre, alivia sus labores y sus fregoteos con un transistor pequeñito, escandaloso y chicharrero, que lleva colgado siempre, como una especie de consuelo o antídoto de mundo. Desde allí suena, sin piedad, Radiolé de la Frontera, que emite desde Jerez un sindescanso de música españolísima, lo mismo Rafael que las Grecas, igual Manolo Escobar que Los del Río, con una cadencia vecindona y folcloriquera, como ese programa de José Manuel Parada. No digo cerrarla, no, incluso ganas de plantar cuarto y mitad de amonal en la dichosa emisora me entran después de algún rato de aguantar ese borboteo irritante. Lo que pasa es que uno, aunque diga muchas barbaridades, fue a un colegio de monjas y se considera civilizado, así que, si acaso, mi venganza se queda en enchufar a todo volumen a la Sinfónica de Viena bajo la batuta afilada de Solti, con mucho Wagner y mucho Mahler, que suele joder un montón a los oídos que no están acostumbrados. Pobre madre.

Pujol, que seguro que no escucha las óperas de Wagner porque todavía no las han traducido a ese catalán malaje que habla (es que una walkiria cantando en catalán quedaría como amariconada, ¿verdad?), Pujol, digo, ha sido menos fino y menos civilizado. Como el amonal resulta caro, le vino mejor negarse a renovar tres licencias a la Cope, quizás porque lo mismo, no sé, tampoco le querían traducir el ángelus, o porque Cadena 100 no dedicaba la mitad de su tiempo a poner sardanas, cosa importante en esta absurda nouvelle politique que tanto gusta ahora, viviseccionada a base de cuotas, porcentajes y repartimientos.

Pujol, burgués nada gentilhombre, personaje contrahecho por un nacionalismo exclusivo, cicatero y pecuniario, se ha plantado el chalequillo de cacique cortijero de las Cataluñas, y así, como un Rey Sol de provincias algo batracio y membranoso, va de "Cataluña soy yo" con el pecho encendido y el sable en la mano, bilioso de negocietes y razones históricas. Después del pamplineo aquel de sus afanes protocolarios, este golpe de mano reverberante de autocracia y cara dura ha acabado convenciéndonos de que el president es como esos malos tan ridículos de los culebrones camperos sudamericanos, esos hacendados ególatras que gustan de homenajes y peloteos cuando se levantan por la mañana a pasearse por su latifundio y reparten latigazos apenas los braceros se le rebotan una miajilla. ¿Que me jode lo que dice la Cope? Pues nada, le rechazo la renovación de la concesión y a callarse, que si no mando al capataz malencarado a repartir hostias, a ver que se han creído estos demócratas, que son todos unos imperialistas y unos anticatalanes; acabáramos, hombre. A pasarse la libertad de expresión por el refajo. Es bueno ser rey.

Lo de Pujol, conociendo su descaro absolutista, casi se entiende. Más chocante, si cabe, ha resultado la reacción de algunos obispos catalanes. Joan Carrera, obispo auxiliar del arzobispo Ricard María Carles, se ha atrevido a decir nada menos que "a lo mejor la cadena se lo ha ganado". Trona la venganza divina, su ira justa, ojival y mosaica; se ve que lo de Pujol no ha sido más que una ayudita para dirigir el rayo fulminante desde el Olimpo cristiano. Por lo visto, la Iglesia estaba algo mosqueada últimamente con los profesionales de la Cope por su "falta de delicadeza evangélica", es decir, su falta de delicadeza con los intereses de la misma Iglesia, siempre tan opacos. Carles, para rematarla, dice que siempre está de acuerdo con sus obispos auxiliares, cosa por otro lado normal en esa burocracia jerárquica de las ayudantías de Dios, que si se quebrara terminaría con las mismas puertas del Cielo desmoronadas a nuestros pies, como el cataclismo de un dominó cósmico y arquitectónico.

Este pujolazo infame, en fin, ha sido una advertencia o una provocación nada sutil a todos los medios de comunicación, tan frágiles, tan dependientes: hay que tener cuidado con lo que se dice y con lo que se critica, que eso de los concursos y las concesiones, cosa voluble y propensa a los apaños, al amiguismo y al capricho, es una farsa, y que al final el poder maneja, teje y descose como quiere. Mucho se habla de la libertad de expresión y de la libertad de prensa, pero cada vez nos convencemos más de que es un concepto demasiado calinoso y maleable, casi solamente un infantilismo utópico que queda bien para los editoriales y las columnas pero que, en realidad, como la felicidad, se desea pero no existe. Hay demasiados amos a los que servir, y al poder, al que le interesa tener bien agarrada a la opinión pública, le importa bastante poco la metafísica de la libertad. Y yo por si acaso me callo ya, que esta columnita es bastante más frágil que la Cope, y nunca se sabe si hay algún cuñado de Pujol embozado en las redacciones.

 

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