ESTRELLA JOVEN - LA ESTRELLA DIGITAL

EL CINICO


El cociente

El Gobierno quiso acabar con la mili para quitarse lastre por la derecha y camelarse a los jóvenes. A los jóvenes les da grima y pereza ese plateresco de las patrias y los fusiles, y muchos no votaban al PP porque les parecía que era como votar a Millán Astray o a la viuda de algún coronel con muchas glorias y laceraciones. Para pescar votos quizá, el Gobierno pensó en quitar la mili y montarse unas Fuerzas Armadas profesionales modernas y ágiles, y preparó para ello unas campañas en las que salía el Ejército como un campamento de scouts, con sus fogatas y su jugar al camuflaje y a la guerra de mentirijillas, que nos pretendían ganar por esa nostalgia que nos queda a todos de los retozos de la infancia. Pero en lo militar hay crisis de vocaciones, como en el sacerdocio, como en los monasterios donde ya nadie quiere prescindir de la tele digital en favor de la tonsura y el ora et labora. El Ejército, al fin y al cabo, siempre ha estado muy unido a los crucifijos y a la escolástica del Sacro Imperio, y el que los seminarios y los monasterios se vayan vaciando y convirtiendo en discotecas lleva sin remedio a que en los cuarteles se ande por el mismo camino y en los cañones aniden pájaros y florecillas.

A la juventud española no le seduce la idea de ponerse a pegar barrigazos y aguantar mogollón de cojones por un sueldo miserable ("molto onor, poco contante", le cantaba Fígaro a Cherubino en aquella aria). Normal. Hemos visto hace poco en un vídeo cómo los mandos introducen la cosa militar a los reclutas con la pedagogía fina de los insultos, los rebuznos y las coces. Así, no es de extrañar que el Ejército profesional naufrague antes de empezar por falta de festejantes. Sólo les quedan los devotos, los fanáticos de las películas de Rambo, los que se compran los fascículos de supervivencia y de comandos, los que van por la calle con el machete en la boca y la cara tiznada para jugar entre los matojos de los descampados o espiar a la vecinita. Ha sido pensando esta fauna, seguramente, que han decidido reducir los requisitos académicos para ingresar en las Fuerzas Armadas profesionales (ya no hace falta el graduado escolar, que se les pide hasta a las limpiadoras) y, como guinda, dejar el cociente intelectual mínimo en 70, la frontera de la idiotez.

La idiotez, que es dócil y transportable, conviene mucho en el villanaje del ejército, que el soldado no tiene que pensar, sino que obedecer. Unas legiones bovinas se manejan mejor desde los despachos de los generales, donde no se oyen los muertos. Cuanto más tontos, mejor se entregarán, alegres y cantarines como planchadoras casaderas, al trabajo sucio, a la charcutería de la guerra, la guerra que ya sabemos (creo que fue Vargas Vila quien lo dijo) que no es más que la desavenencia de unos pocos que causa la muerte y la desgracia de muchos. La gloria, el sacrificio, el honor del caído, el ser novio cornudo de la muerte -esa puta-, todos esos afeites que se han inventado algunos para llevar a otros a una gustosa autoinmolación según su conveniencia, se tragan mejor siendo medio tonto. La inteligencia lleva a la individualidad y a la soberbia; la idiotez, a la mansedumbre y al gregarismo. Por eso unos acaban de generales y otros de carne de tropa; por eso unos acaban de obispos y otros de mártires felices de la religión en las guerras caníbales africanas. Las grandes maquinarias del establishment siempre han instruido a sus peones en la idiotez y en la resignación, ese sufrir dichoso con el que, mientras, le siguen engrasando a los de siempre los goznes del mundo, el mundo que siempre cruje por el mismo lado, que interesa que cruja siempre por el mismo lado.

El Ejército profesional se abre a los idiotas, así de claro. Que no nos digan ahora que ese límite de velocidad mental, 70, era ya el que había para los soldados de reemplazo. Al tonto en la mili se le ponía a pelar patatas todo el tiempo y lo peor que podía pasar era que quedara alguna monda en el potaje. Pero a los tontos profesionalizados del Ejército hay que ponerlos a pegar tiros o a vigilar radares, y no es lo mismo, oigan. Cuando yo hacía la mili, había un sargento primero chusquero y borrachín cuya única tarea consistía en enseñar a un par de reclutas de cada reemplazo a tocar el tambor para la jura de bandera. Seguramente, ni los reclutas ni el sargento primero servían para más. A lo mejor es eso, que quieren poner a todos los tontos de tamborileros en el frente, para hacer bulto y recibir las primeras andanadas. También de tamborilero se puede ser muy profesional y moderno, supongo.

 

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