LA BAHIA DEL MAMONEO (BAHIA DE CADIZ)

LA TRAMPA DE ULISES


Batallas

 

El pueblo es un oso pacífico, pero lo mismo un día hace una revolución, degüella a un rey, mata caballos a cuchilladas en una plaza y vuelve para la hora de comer. La gente, que es el ejército numérico de la Historia, sale a veces a la calle a hacer la guerrilla del pobre, saca una pancarta con faltas de ortografía, tira mendrugos a los policías, viene a hacer retumbar todos los despachos con un galope de tractores y carricoches. Nuestra democracia es una democracia dominguera que viste al pueblo de corbata para ir a votar un día y lo adormece de fútbol e hipotecas el resto del tiempo. Por eso el pueblo en la calle, protestando, tiene algo de amanecer y de sobresalto en la noche tranquila de los burócratas, una hermosura salvaje de corriente primigenia que se salta las represas por un empuje de gravedad y naturaleza.

Es tiempo de batallas en la calle. Salen los pescadores a tomar los pueblos con sus haches y sus eses voladas, a protestar por el precio del gasóleo. Estuvieron aquí, en Sanlúcar, poniéndole a la mañana una acústica de razones más o menos razonables y trasudor solidario. Es que viene la globalización, el cableado mundial y glorioso de la globalización, ese banquete para especuladores y pájaros con chistera negra, y tienen que echarse a la calle pescadores, camioneros, paisanos, a estrellar su vocerío contra los voladizos de la Administración, tan tibia y ultramarina. Pero la Administración lo que les da es la excusa de la mella de oro de un jeque puñetero, del barzoneo del FMI por los hoteles, del devenir volandero de la nueva economía, y al final ya, cuando se van acabando el pescado y las gasolinas, una propina.

Es tiempo de batallas en la calle. Salen las gentes del Campo de Gibraltar, hartos del zumbido de muerto de los reactores del Tireless, que flota como un ataúd o un gran mojón de hierro entre chispazos radiactivos. Se llenan las plazas de señoras, niños y maridos que no quieren despertar un día con la fluorescencia dulzona del uranio enriquecido en el potaje. Pero es que no conviene hacerle el feo a Blair, que es un aliado que además promociona Doñana y el vinito de la tierra y va a hacer un hermanamiento de Sanlúcar con Liverpool para intercambiar recetas típicas y políticos de jira. A lo mejor, quién sabe, en La Línea queda muy bien y muy turística una asociación de mutantes.

Es tiempo de batallas en la calle. En la otra colonia de este sur desmantelado, Rota, salen los trabajadores a quejarse de la explotación americana, y como tampoco les hacen caso, diseñan una huelga de lenguas caídas, negándose a hablar el idioma del Imperio. Algunos son despedidos por insurrectos y por cagarse en las barras y las estrellas. No hay que morder la mano que le da a uno de comer, claro.

El pueblo, el pueblo de esta provincia en el culo de Europa, un día no va a aguantar más y va a ver Arzalluz lo que es gente conquistando la calle. O no, lo mismo nos vuelven a conformar con alguna golosina, alguna subvención, que es lo que hacen siempre. Pero hemos visto la belleza del pueblo en la calle, sublevándose contra el correaje de todos los señoríos. Esa batalla, había que ganarla.

 

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