LA BAHIA DEL MAMONEO (BAHIA DE CADIZ)

 


Andalucismo emputecido

 

Terminó el congreso del PA, que no renovó nada, aparte de los votos sagrados de Ortega y Rojas Marcos con ellos mismos y sus misiones evangelizadoras por San Telmo. Se disolvieron las corrientes en el gran río primigenio y sólo Pacheco perdió, y por eso, algo encabronado y con la amenaza más o menos directa de una correctivo, quiere prepararse una intifada en Cádiz, una venganza con hondas y garrotes desde sus castillos de pueblo. En esto hemos venido a ver caer al andalucismo, esa idea ingenua, esperanzadora y campestre emputecida a fuerza de tanto apellido y tanto personalismo.

El andalucismo puede que existiera alguna vez, antes de que se quedara en el rezo a un olivo seco, en un dibujo de tiza o un mural que hacen escolares con banderitas, en ese juego de los recortables que gusta tanto al PA. Es esa lepra de la política, que hace que se le vayan cayendo las siglas a los partidos para dejarles un muñón redondo y coloradote en la ideología, cosa no demasiado importante porque lo que se sienta en los sillones es el culo, el único miembro hábil de la política, usado activa o pasivamente, según. El PA hace tiempo que luce mella de ideología y sólo le queda la prótesis mohosa de la bisagra, que le sirve para el limosneo de despachos y consejerías, para la rebusca de clientelismos, que es lo que ha sido mayormente este congreso. Luego basta con ponerse firmes ante el retrato de Blas Infante y pintarse los labios de verde, que es lo que mira la gente, tan folclórica.

Pacheco derrotado. Pacheco con la bandera andaluza tronchada en el pecho como un mártir empalado. Pacheco que quiere quedarse como montaña del andalucismo  y hace ver lo mucho que le duele la traición en esa alma verde y moruna que se pinta. Pacheco que hastía y aburre de catetismo. Pacheco que, frustrado, busca su desquite de colegial en la Mancomunidad, intentando echar a Moreno. Pacheco que quiere una guerra para controlar el aparato de la provincia e iniciar la reconquista. Y en Sevilla, rondando los caramelos de la Junta, Ortega, hombre sórdido de ideología difuminada, y Rojas Marcos, momia triste y fumada a la que se le vienen encima estadios y cuñados como un derrumbe de avaricias. El andalucismo, esto. La vieja Andalucía por las esquinas, resobada por borrachos. Y un partido con una mano abierta para que se den de guantazos sus chulos.

 

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