Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

 18 de noviembre de 2003

JUICIO POR EL 'CASO HOLGADO' (VII)
Cara a cara

La semana pasada habó la ex de Asencio tras un biombo, igual que si fuera Madama Butterfly esperando la llegada del marido cuando anida el petirrojo. El terciopelo, los coros a boca cerrada y las venias de la Audiencia Provincial vienen muy bien para esta ópera o para un ajedrez con guardias civiles, que quizá fue lo de ayer. Como alfiles se miraban y se desafiaban Francisco Holgado y Pedro Asencio, sentados el uno junto al otro, en el careo que el tribunal ordenó de oficio. Era el segundo careo del día, con lo que la vista había tomado ya un dieciochismo de duelo a primera sangre o a primera saliva que ponía al juicio un final de película: protagonista y antagonista, con la mirada bizarra y el sol a la espalda. Fue el testimonio de Jaime Ramírez, toxicómano rehabilitado según parece a través de algún tipo de nuevo cristianismo piadoso y carpintero, el que había provocado antes que la defensa pidiera un primer careo de aquél con Asencio al afirmar que, durante aquel viaje a Valladolid para buscar a Bernardino Pérez, el acusado le amenazó con darle una puñalada en el cuello “como a Juan Holgado”. Fue un careo bastante perruno que provocó la expulsión momentánea de Asencio y una llamada de atención a Ramírez. Las dos versiones, confusas de paradas, ventorrillos e intenciones, eran contrarias y Asencio defendió mejor la suya, pues a Ramírez le daba por predicar o advertir de unos como castigos divinos y de la mancha en la frente que tienen los asesinos.

Asencio es listo, habilidoso en la contienda verbal, tiene mucha calle y mucha cetrería, que eso es la vida de esta gente, cazar o que te cacen. Hay una pose de candidez o victimismo, de gatito con mataduras, que adoptan mucho los quinquis y que puede servirles para sacarle una moneda a una señora o pasar de largo por un marrón. Este cronista, que es de barrio, conoce la táctica desde el colegio, desde los juramentos con los dedos cruzados que hacían los golfillos, y uno estaría por asegurar que algo de eso había en Asencio, sobre todo cuando el tribunal solicitó luego de oficio el careo con Paco Holgado, para volver a contrastar la película de aquel viaje. Asencio, de repente, ya no era el que en las grabaciones estaba deseando tirar de navaja y tenía una lista de gente para rajar, pinchar o aliñar con gran imaginación de casquería, o el que en medio del juicio no ha dudado en proferir unas amenazas como de gitana vieja envalentonada de cuchillos, pócimas y antepasados. Asencio se presentaba como víctima (“yo hablo mucho pero hago poco”, se justificaba) y Paco Holgado estuvo torpón y se fue mucho por las ramas, poniéndose a recordar las chucherías que le compró una vez a la hija de Asencio, o que le salvó la vida en una charca, o que el acusado llamaba hijas de puta a unas monjitas. El juez, que a lo mejor no es barrio como yo, declaró empatado este segundo careo.

Fue un día, pues, de esgrima y de sintaxis. La esgrima, desmañada, la pusieron los dos careos, y la sintaxis, con su trampa, la puso el abogado Manuel Hortas, que es liante como nadie con el verbo. Confundió a Jaime Ramírez, que se perdía en las oraciones subordinadas, y hasta al propio presidente del tribunal, haciendo parecer que el testigo había rectificado un dato cuando siempre mantuvo lo mismo y fue el propio Hortas el inventor del error. Fue una táctica bastante marrullera que se comentó luego por los pasillos alimentando la mitología de tahúr de los abogados. El cara a cara aclaró poco porque en esas distancias importa más la cintura que la verdad. Se puede poner gesto de querubín guardando en el pernil el tirachinas.

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