CAMPAÑA ELECCIONES ANDALUZAS 2004
Luis Miguel Fuentes

 10 de marzo de 2004

UN DÍA EN LA CAMPAÑA

Izquierda Unida
Izquierda con mojito

CÁDIZ.- Cuando les dedican esas imágenes de carretones de melenudos, de “radicales” con la horca para el patrón y el beso para el guerrillero, la derecha pulcra, bien comida y bien sentada se olvida sin embargo de que todavía les aventajan en conciencia política. Esta izquierda más o menos equivocada, más o menos ingenua, más o menos afeitada, no pone caras de party, ni de haber ganado la Champions, ni de a ver si sale Ricky Martin. No están en una merendola, ni están mirando por el coche de empresa ni las joyas de la abuela. Lo que se les ve es la ternura bulliciosa de unas hormiguitas que van, como siempre, a enfrentarse al gran monstruo que vive en la montaña. Ellos no se reúnen sino para salvar al mundo, y lo demás son pequeñeces y mezquindades de contable. No están defendiendo al hijo colocadito ni que no bajen los bonos, sino que tienen muy estudiado su mapa de variadas injusticias y desajustes con el que han decidido pelearse toda la vida igual que con el peine. No daban en Cádiz, el lunes, el tipo de acompañantes, de público de atrezzo, de bulto de autobús. Allí todos se han currado su ideología y cualquiera podría montar el mitin y acompañarlo con una guitarra. A veces aplauden y a veces tuercen el gesto, muestran una duda con la cabeza o les gustaría saltar al atril para corregirle algo al candidato. Un padre ha llevado a su hijo adolescente al mitin y le pide que escuche y piense, no más. Tienen la ventaja y la limpieza de que nunca han ganado y así los malos siempre son los otros. Eso les da más vida, más pulso y más atención. Desde la tarima a las butacas, la comunicación parecía ir en los dos sentidos, y esa era la diferencia, no las chupas ni los ponchos.

Izquierda Unida no tenía dinero para contratar el salón más grande y se han apretujado en un espacio como de multicine, naranja y cuesta abajo, con el candidato arrinconado, la megafonía comida por las termitas y la mitad del público fuera. El Palacio de Congresos y Exposiciones de Cádiz, la antigua fábrica de tabaco, ya se ha quedado para cosas de arte abstracto y cubos de metacrilato, pero su azulejería de historia y proletariado flotaba por allí y en el mitin salieron los despedidos de Altadis y la épica de Astilleros. Hablaba Diego Valderas, con una ronquera de kilómetros y profecías, y las banderas tenían un clavel en la punta y un crujir de bolsa de plástico de Carrefour. Allí, los jornaleros y los profesores de lengua; la chupa y el jerseicillo hecho bolitas; el que tiene pinta de chori o de vender bicicletas de alambre o de poeta que se come sus versos con pan y vino; los pañuelos con flecos y el pantalón de payaso y el chaleco que imita a una manta; un joven Cristo canoso que no se tiñe porque eso es burgués y unas niñas de ambiente antinuclear; el que lleva los zapatos con barro y el que parece un maletilla y el que parece un saharaui, y las barbas de todas las crecidas y las patillas que sólo se crían por el monte y por las buhardillas; y el anciano que sale del mitin con un andador, y la abuela que está sentada en un escalón con una flor como un candelabro, igual que si esperara a un hijo que se fue a la guerra hace muchas lunas.

“Aquí está la izquierda de verdad”, decía Valderas, y es cierto que al menos estaban sus tópicos y sus iconos. La bandera republicana, bellamente femenina, como si la llevara aquella muchacha que pinto Delacroix guiando al pueblo con los pechos al aire; y la hoz y el martillo del PCE, y la gente que se dice “salud” con una estrella roja en la solapa; y esa orgullo de ser pequeños, movedizos, guerreadores contra todo lo enorme del capital y la derechona y los ogros que se comen el sembrado de los pobres. “Nos temen en el Congreso aunque somos 8, porque hacemos el trabajo de 124”, decía Valderas. No faltó ni el toque cubanito y manisero de unos mojitos en vaso de plástico que dieron al personal mientras la chirigota del Selu, que estuvo sembrao, se metía con el PP y sacaba huesos de jamón de una talega.

Este rojerío purísimo, con el que la derecha hace chistes de vagos, estará equivocado seguramente en muchas cosas pero uno sigue pensando que es un contrapeso necesario, o si no la política acabaría convirtiéndose en una chocolatada. Pacifistas, verdes, obreros con mendrugo, cuarentones con rulot, los jipis que quedan soñando margaritas y un mundo azul, tienen que estar ahí aunque sólo sea para que se recuerde que hay quien sigue viendo el mundo desde abajo y que todo no es una cuenta que tiene que salir brillante y peinadita a final de año. “El cambio de verdad”, “Andalucía, palabra”, que decían los lemas y las camisetas blancas de unos niños que jugaban fuera con cosas de Masters del Universo o así, por entre cuadros abstractos, fríos, hechos como de un plástico de pintura. Rojerío con su libertad y su rabia alegóricas, rojerío demasiado auténtico en Cádiz, diría uno, incluso para lo que es hoy IU. Pese a los ganchos de izquierda que soltaba Valderas al PSOE, sabemos que la corriente oficialista está deseando echarse en sus brazos maternales como un osezno. Alguno habrá seguramente en esta izquierda deseando que le corrompa un poco el poder, para probarlo.

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