EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS

Luis M. Fuentes

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24/04/99

José Luis Rangel

Por si no lo saben ustedes, lo de que José Luis Rangel tenga un taller mecánico es una tapadera, una cosa para despistar, para hacernos creer que este hombre de barba cana, venerable y solemne, como de profeta resucitado, es una persona de vida trivial e inofensiva; una jugarreta, en fin, para ocultar su verdadera identidad, como los superhéroes. Porque JLR es un literato de sangre, de genes, y eso no lo puede negar. A JLR el mono no le hace más que las gafas y la corbata a Clark Kent, embozando apenas lo que es en realidad: un escritor, o sea, un extraterrestre o un mutante cuya densidad molecular le concede ese poder sobrenatural de crear historias y fascinar con la palabra, que vale más que los rayos láser en los ojos y el volar. Basta verlo en su taller, entre bielas y carburadores, sin soltar la llave inglesa, mientras diserta sobre Kafka o Hume, o en su buhardilla rodeado de miles de libros que son como hijos suyos, para darse cuenta de que ese poder taumatúrgico le supura por los poros y, si uno se fija bien, se le llega a condensar en la coronilla en una especie de aureola, igual que la de San Martín de Porres pero en literatura en vez de en gracia divina. JLR tiene algo de artesano o de proletario de la literatura, escritor hecho a sí mismo, de pluma amotinada contra la inercia de ese aparente ser mecánico, currada entre los churretes de grasa de su taller a base de briega y ratos, quitándose horas de sueño y de holganza, entregado con disciplina casi benedictina a un ímpetu por leer/escribir insumergible y vivificante.

Hablo hoy de JLR porque, como probablemente sabrán, acaba de editar su cuarto libro, "De todo un poco (artículos y relatos)", un libro compuesto en su mayor parte por artículos publicados en este medio y en otros como el Diario de Cádiz, y donde despliega su prosa ágil, afable y salpimentada para hablarnos, con tino, humor y sentido común, de los temas más variopintos. Es este libro, además de una obra deliciosa, una reivindicación de los pequeños placeres de la existencia y una burla indisimulada hacia la hipocresía, la iniquidad y la afectación que muchas veces aquejan a los actos de los seres humanos.

En "De todo un poco", JLR se distancia, sin dejar por ello de tocarlo a veces, de ese costumbrismo que le ha hecho tan popular entre nosotros, aunque sigue sabiendo retratar como nadie ese sur sabihondo y chuflón, entrañable y sincero, que tan bien conoce. JLR, que nos enseñó como nadie a recordar y a conocer, a aprender y a recapacitar sobre los tics, las heridas, el saber y la singularidad del estar y del ser de un pueblo, de una historia, de un modo especial de ver la vida y sus atavíos, se revela en este libro como un escritor preocupado a la vez por las más altas cuestiones y por las más pequeñas desazones cotidianas. El feminismo, la eutanasia, los adivinos, la Viagra o la rutina son algunos de los temas que trata, entre otras peripecias, vivencias y lances, como siempre con el juicio y el ingenio sureño y guasón habituales en él. Reflexiones, actualidad, historias, personajes y chanzas, transformados por JLR en literatura palpitante, vital y cercana, llenan esta obra, en fin, de inteligencia, gracia, nostalgia y ternura.

Recuerdo que a JLR y a mí nos hicieron coincidir un día un encuentro literario y un comentario sobre Bertrand Russell, y desde entonces nos une, además de una sincera amistad, eso que suelo denominar yo camaradería o masonería de los artistas, propicia para las conspiraciones y las juergas. A JLR le debo muchas horas agradables y sesudas de tertulia, disquisiciones y cervecitas, pero, sobre todo, le debo una miríada de consejos sabios y sosegados, que él me ofrece paternalmente con esa ciencia de mundo y de gentes y esa templanza preclara que tiene en todo, y que ya quisiera yo para mi ánimo impetuoso y anárquico (lástima que, pese a todo, no consiga que se me pegue algo de su cabal prestancia). Ahora además, le debo los buenos ratos que me está haciendo pasar este último libro suyo, que se deja leer con gusto y con una sonrisa. Felicidades, maestro. Que sean muchos más y tan buenos como éste.

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