Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

9 de enero de 2005


Camellos y renos. Con las barbas de plata barata, con los trajes de rey de copas, con las coronas que daban las pastelerías, sus Majestades de Oriente hacían en la televisión y en la calle la noche municipal de los niños y las peñas. Presidentes de cámaras de comercio, futbolistas, rumberos, un concejal tiznado... Los Reyes Magos andaluces hacen un Oriente españolísimo, un patriotismo oriundo como una guardia mora o aquella presencia consular que tenía Kiko Ledgard. Vencidos por el Santa Claus de la Coca Cola, a los Reyes Magos les queda en España la última gruta, y ya viven aquí igual que viven los Cristos. Andalucía gusta de adoptar a los mitos o apropiárselos directamente, y lo babilonio o lo galileo termina siendo trianero o gitanito por sutiles mecanismos de la sociología y del transporte público. Por eso está aquí la tierra de María Santísima, que nació tan lejos, y la de los Reyes Magos, que quizá miraron en los catalejos las noches con gasa de Persia, pero son tan nuestros como el roscón. Que toda la magia sale del mismo sombrero nos lo demostraban las cabalgatas en Andalucía Directo. Cenicienta o la Sirenita, un barco fenicio con gente vestida de egipcios, un dragón con la llama de caramelo, un pirata, una Estrella de Oriente gorda como una soprano, los propios Reyes Magos... Parecían venir todos del sueño de una reina de las fiestas o del Cascanueces de Chaikovsky un poco achampanado. Y resulta que todo este orientalismo con lunitas de los Reyes Magos es lo más andaluz/español del mundo, y hasta en ese debate que escenifican Los Morancos con un facha como africanista y un progre de pasta flora, el tema es el enfrentamiento entre Santa Claus y sus Majestades, como una pelea entre la hamburguesa y el alfajor. En la búsqueda de nuestra identidad, lo último puede ser echar en la gallera a los camellos contra los renos. Y aquí ni hay camellos ni renos, pero poner a pelear a la Dama de Baza, como a un luchador de sumo con enaguas muy tiesas, se nos sale del presupuesto.


La soledad de las marujas. Esos programas de confidencias de la radio de madrugada, hechos para vigilantes jurados, insomnes, camioneros, raritos, nos llenan las ondas de amores con una prima, tumores, depresiones del perro o del dueño y otras truculencias o tristezas que el reloj de la mesita de noche agranda. Trasplantar esto a la televisión requiere sobre todo saber componer una cara. En la tele por cable, Gemma Balbás lleva una cosa de éstas, Sola en la ciudad, con gran sonrisa, empatía y una abnegación que parece dolor de cuello. Ese plano suyo mantenido es digno de un mimo del parque aguantando la postura sobre una pierna arlequinada. El otro día, llamó una andaluza como suegra, una mujer de Huelva pero con sangre macareniense o jerezana por parte de abuela, y fue como si hubiera llamado la vecina de Omaíta. Eso sí que es una seña de identidad. Esta mujer de larga conversación embarullada, absurda y genealógica, que decía mucho “miarma” y le soltaba al niño revoltoso “me cago en la madre que te parió”, era como una señora que se te hubiera sentado al lado en el autobús a explicarte sin pudor sus radiografías, todo lo cual resumía la presentadora diciendo que se le notaba “el arte en el cuerpo”. La mujer, que quizá creía que esta Gemma era su nuera, le había compuesto a la presentadora un fandango piropo, que grabó previamente en el móvil del niño y “emitió” para que la vergüenza ajena de este cronista llegara al malestar físico. Dejar de dar vergüenza, eso sí sería la gran modernización de Andalucía.


Ranas y créditos. Ha terminado la temporada de Generación XXI, ese programa en que una gente como salida de la oficina de una bodega evalúa emprendedores igual que en la eliminatoria de Un, dos, tres. La final traía a uno que quería vender ranas para comer, otra que proyectaba fabricar envases para frambuesas y alguien que ya estaba pensando en venderle un sistema de telemetría por Internet a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, que ya se sabe que aquí hay que mirar a la olla gorda. Pero lo mejor fue el representante de Caja San Fernando, de gran tiesura política, haciendo publicidad de sus créditos y de cuánto conectan ellos con “la modernidad de Andalucía”. El premio gordo era un todoterreno, de Santana, claro. Todo queda en casa.

N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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