Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

27 de noviembre de 2005



El derby. “Hubo de todo menos fútbol”, decían en las noticias deportivas de Canal Sur, que casi siempre presenta algún locutor alevín empeñado en hacer como una filosofía redonda de los partidos. Y es que el derby sevillano no suele ser fútbol, sino que, fuera, es un ajuste de cuentas entre camareros, taxistas y cristos de uno y otro lado de la ciudad; y dentro, en el campo, la calidad de las patadas y los lapos hace invisible al balón, que el otro día podría haber sido un cubo y nadie lo hubiese notado. En Canal Sur hablaban de “los nervios clásicos del derby”, pero en Telecinco lo llamaban “tristes incidentes”. La policía con caballos o con batiscafos tenía que cargar en la plaza del centro comercial de Nervión, convertida en basurero estallado; Javi Navarro, el de las piernas como tijeras de podar, dejaba tumbado a Dani con una especie de golpe del escorpión algo mariquita que quizá se parecía más a esas pataditas que daban antes las niñas jugando al elástico; Serra Ferrer también le daba una o media patada como de jubilado al delegado del Sevilla, que había soltado la lengua; y en la salida, una espectadora mentaba a la santa madre de un jugador bético y éste se revolvía por las inexactitudes genealógicas... Un fútbol kung fu, un fútbol troncoso, un fútbol de camilleros, un fútbol de escupitajos. Una Sevilla vikinga parecía celebrar sus odios con toda la ciudad como taberna y todo el estadio como deshuesadero. En la salvajada volvieron a encontrar ellos su identidad y los demás, la vergüenza.


Me llamo Flanagan. Con penumbras y saxofones flotando, con sombrero en el perchero y un dólar de plata, Joaquín Petit ya ha encontrado su estilo y quizá a aquella rubia que un día se fue con un bluesman. Joaquín Petit parecía a veces un Jesús Quintero amodorrado y, últimamente, iba tirando a un Pedro Ruíz que come más bollos. Pero lo hemos visto caminar por calles mojadas, por noches con filtros azules, conversando con su chaleco, y ya sabemos lo que es o lo que quiere ser: un detective. Petit habla en sus monólogos introductorios como la voz en off de los detectives de las películas malas, pero le falla el apellido. Hace falta llamarse por lo menos Flanagan y ponerle nombre de mujer al revólver para poder decir sin rubor cosas como ésta: “La vida, este ejercicio cotidiano y banal que nos exige subir escaleras cuando los zapatos aprietan...”. Pero si uno se llama Petit y además no es detective, esto queda fatal. Queda como escritor horroroso o como productor que ha elegido a unos guionistas de Mike Hammer despedidos por endebles. De vez en cuando, a algunos personajes de micrófono les entran pretensiones literarias, pero lo que les sale, a ellos o a sus guionistas, son estas cosas ridículas, pretenciosas y pésimas. A Quintero también le pasa mucho, cuando hace filosofía de tendero vestido de espadachín. Había llevado Petit a su programa a Manel Fuentes y la voz en off le dedicaba esta frase: “La palabra héroe le parecerá grande, como un traje de talla equivocada”. Mejor que Petit se dedique a hacer sus preguntas luneras o se las pase a Las Niñas. La literatura le queda grande como su noche o como su barco.


Trincheras. Volvía Franco a la televisión, quizá para recoger su herencia de muerto, cuando las dos Españas se han levantado de la cripta y andan con trabuco por el Congreso y a palos por los periódicos, los platós y los casinos. Temblemos, porque todavía el 22,5 % de los españoles tiene una imagen buena o muy buena del dictador, un 33,1 %, sólo regular, y alguien ha conseguido que la política vuelva a oler a sangre y que en las redacciones de los medios se repartan bayonetas. En 59 segundos, los asientos eran catapultas. La inquina, el servilismo o la mentira; los agitadores, los traidores o los beatones... Siempre ha habido periodistas de la cuerda, pero esta perrera con hambre le asusta a uno. A Amalia Sánchez Sampedro, de Canal Sur, la acusaron de recibir llamadas de Chaves con consignas. Con toda seguridad será falso, porque estas cosas no hacen falta. Lo dijo Carlos Herrera una vez: uno tiene que saber dónde trabaja. Esto ya es periodismo de trinchera, caza mayor, matanza caníbal. Sí, me dio pena y miedo. ¿Dónde guardábamos tanto odio?



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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