Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

14 de mayo de 2006



El Teatro Real y los raperos. El programa dejaba un aire achampanado y parecía querer transmitir algo así como la intimidad o la sorpresa de los bombones por abrir o de los amantes por llegar. Todo consiste en que al invitado se le deja en la habitación 623 del Hotel Palace de Madrid, entre terciopelos de pastel o cajas de música, y se van haciendo pasar sin anunciar amigos y compañeros que le hacen una entrevista de reencuentro, de colegueo y de muy poco filo. Me topo con este programa de la Sexta, Habitación 623, justo cuando la entrevistada, huésped o novia es la ministra Carmen Calvo, con lo que ya se me convierte definitivamente en un anuncio de ambientador. Carmen Calvo es como una suave lavanda dentro de los despachos de cuero y tinta del Gobierno y no hace nada por la cultura de este país, pero llena el aire de ingenuidades como margaritas, bobadas muy olorosas y jabón de tocador convertido en algo que ella cree arte. Esta mujer sería simpática e incluso dulce si no hiciera tanto daño como ministra. A uno de los entrevistadores, curiosamente el rapero que hizo en la Biblioteca Nacional esa sonrojante idiotez que fue la versión hip-hop del Quijote, le soltó esta joya que nos dejaba claras sus prioridades: “El Teatro Real, muy bien... ¿Y los raperos?”. Acababa de decapitar toda la cultura, acababa de agusanar todo el arte, y todavía sonreía. El rap, “donde está creando la gente que tiene 20, 25, 30 años...”, afirmaba. ¿No es dañina una ministra que hace equivalentes una España formada, leída, culta, con otra que apalea cubos de basura o pinta llamas en los capós de los coches? ¿Y cree que eso es progresismo y es izquierda? Pues no, señora, es al revés: ése es el concepto de la cultura que tiene la aristocracia, el señorito: al pueblo se le deja en su gueto, con sus canciones algodoneras, con su folclore perruno, y así se le aleja de las formas elevadas del saber, reservadas a la élite. Todo lo que da criterio para decidir, lo que forma espíritus libres y conscientes, ciudadanos capaces de analizar la realidad en la que viven y conducir su destino; el humanismo, las letras, la ciencia, el arte... Eso no le interesa. El rap, que se sientan cultos con el rap y tuneando errecincos. Dañina y hasta criminal, esta ministra que tarareaba cancioncillas en la habitación de un hotel, sintiéndose el hada madrina andaluza de una cultura que cabe en el callejón de Don Gato...


La UEFA de los pobres. Salía Sevilla en todas las televisiones, otra vez encendida, otra vez callejera, con sus ídolos de trapo, que son Cristos o son futbolistas, con la borrachera de la masa, con la alegría de salpicarse. Y yo me acordaba de esos triunfos franquistas del fútbol, que eran como los de Eurovisión, ese Real Madrid cruzado y veloz que nos redimía de los sufrimientos de una dictadura y ejecutaba unas venganzas o invasiones simbólicas, llenando de ángeles patrios la Europa impía, extraña, enemiga. El fútbol, haciendo que los pobres se sientan grandes, ese consuelo como brasileño que a mí me entristece y me subleva. Sevilla en un éxtasis inservible, vacío, hasta doloroso, tanta gente ebria de nada; eso, más la imagen rezadora de ese hincha que vimos tantas veces durante el partido, tembloroso o mujeril, infantilizado en la proyección de todo su ser en esa apuesta que tenía lugar abajo; esas dos estampas tan elocuentes, la de un barullo ciego que ha tomado para el pueblo el lugar de todo lo importante, y la de la soledad y la esperanza de un hombre convencido de que su felicidad o su desgracia se decidían allí. A demasiadas cosas sustituye el fútbol. Por cosas al revés sigue saliendo la gente a la calle. El Sevilla ha ganado la UEFA. Los pobres siguen pobres. Andalucía sigue al final de todo. Felicidades a los que tienen tan fácil el consuelo y el orgullo.


El Algarrobico. La Junta no veía que era grande y feo y que metía unos pies sucios en el mar purísimo. La Junta no tenía catalejos hasta allí, no tenía ganas a ciertas horas, no le asustaba ese blanco de muerto que se comía la Naturaleza con ojos sacados. Ahora sale Chaves, verde como lo más verde, eucarístico en las noticias de Canal Sur: “Nuestro objetivo (...) es que la playa del Algarrobico quede como estaba antes, como siempre la han conocido los almerienses, los andaluces y todos lo que aman y respetan este impresionante rincón...”. Y ni la risa me quitaba el asco.



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.


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