EL Mundo Andalucía

  Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

4 de junio de 2006



El calvario. Han sido días de cuervo, días de soga, días de calavera. La muerte y el dolor, con su espectáculo y sus acarreadores y sus mandíbulas, han llenado la televisión de manera fea, excesiva, morbosa, amontonada. Las lágrimas a cámara lenta, la repetición de los derrumbamientos de los ojos y de los hombros, los fundidos de la mujer viva con la diva enterrada... No es fácil pintar la muerte, se cae en el deleite o en la autopsia o en la adulación. Yo mismo me he sorprendido al verme pasar de escribir con desdén de los tocadores de las folclóricas y sus filosofías de moño a dedicarle parrafadas pretendidamente líricas a Rocío Jurado. Supongo que delante de los ataúdes hay algo que nos vuelve condescendientes, reconciliadores o cobardes. Pero la televisión, la agonía y la muerte de Rocío Jurado en la televisión... Fue como una larga fiesta de fregar lápidas, cuando se reúnen las mujeres a charlar ese día en que todo el sol va para los cementerios. A Rocío Jurado la han matado muchas veces y antes de tiempo, han hablado de ella en pasado estando viva y han querido coger la foto de su expiración como la de un atropellado o un torero que muere en la plaza entre munícipes y reinas de la verbena. El acoso, el asalto, la invasión, las ganas de llegar al sabor de la muerte con los dedos y la lengua, los carniceros que la despedazaban y las folletineras que le hacían la mortaja. La televisión supuraba, y hasta los programas que querían ser respetuosos y elegíacos, como los especiales de María Teresa Campos, que parecía como resucitada, o de Ana Rosa Quintana, que incluso con los muertos no puede dejar de hacerse trapitos, tenían ese regusto enfermizo por cerrar el plano en el dolor, en el hipido de la familia, en el negro brillando con más negro. Rocío Jurado, su entierro como un Papa y su calvario como el de un reo. Ni con Lola Flores recuerda uno algo así, y es que la televisión trabaja ahora directamente con el hambre de carne de le plebe. Las horas, los especiales, las lentitudes en su cara de diferentes edades, las películas, las galas antiguas, el cansancio. Yo lo sentía todo en el estómago, algo así como asco o pudor. Tengo ganas de dejar ya en paz a los muertos. Ni siquiera, como me sugiere al oído un duende malvado, voy a criticar las salves llorosas, los pitos folclóricos, la Andalucía marismeña que llenó los telediarios. Por una vez, sólo por esta vez.


Sevilla republicana. Tenía el presentimiento de que algo diferente iba a suceder, y así fue. El circuncentro del socialismo, de la memoria histórica, del republicanismo, Sevilla, en fin, el día de las Fuerzas Armadas, no me defraudó. De manera discreta, pero evidente; sin rechinar, pero sin esconderse. Podía parecer que Chaves y Monteseirín daban cabezadas complacientes a los Borbones, pero se veía que, tras la sonrisa, estaba la luz de la ironía. Allí, mientras desfilaban los ejércitos de cuello alto, allí, entre el público, varias banderas republicanas, sí, sin miedo alguno. Y ese clarinete, sólo un clarinete, que, cuando la banda tocaba eso de “banderita, tú eres roja / banderita tú eres gualda”, deslizó, como suspirando, un único compás del himno de Riego. Y ese soldado que se mantuvo callado y que también sonreía, como Chaves y Monteseirín, mientras los demás cantaban esa cosa crística de “La muerte no es el final”. ¿Se dieron cuenta, verdad? Porque era Sevilla, porque esta es la tierra del socialismo, y aquí la madera no hostia a los chavales republicanos. ¿Se dieron cuenta? Claro que no, porque tales cosas no sucedieron. He imaginado algo que en Sevilla, circuncentro del socialismo, de la memoria histórica, del republicanismo (¡ja!), es inimaginable. ¿Ustedes se lo imaginan?


Sarandonga. He buscado sus nombres para que quedaran aquí como escarnio, pero no los he encontrado, los de los guionistas criminales de ese bodrio que se llama Sarandonga, programa espeluznante que recoge ese concepto de comedia de situación barata de los especiales de Nochevieja de Canal Sur, entremetiendo actuaciones con dramatizaciones infames del Linterna electrocutándose y otros actores de pacotilla. No tiene risas de bote, no; tiene ¡una sola risa de bote!, la misma siempre. No les llegaba para más botones. Criminal. Bochornoso. Cutre. Digno de Canal Sur.



somoszapping@ono.com


N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.


 [principal] [artículos]