El Mundo Andalucía

Hacia el referéndum del Estatuto de Andalucía
La urna catódica

Luis Miguel Fuentes

29 de enero de 2007

Amor y euforia, dopamina y campanillas

La política tenía ya el país recorrido por cocodrilos cuando a Andalucía llegó el amor, que sabemos que es capaz de conseguir que se rindan los vampiros y que las emperatrices duerman con la mano metida en áspides. El consenso fue como un beso negro entre los dos grandes partidos enemigos, pero la lujuria sólo es la primera fase química del amor, en la que predomina la testosterona, que es como el martillo de las hormonas. Luego viene la atracción, en la que mandan la dopamina y la norepinefrina, y que traen la euforia y el romance igual que dos locos bailando. En los cuentos y en los mitos es recurrente el tema de la poción, conjuro o varita que ciegan de amor incluso a los que se odian. Recuerdo aquello de Tristán e Isolda, y, sin salir de la ópera, también que el invencible poder de la flauta mágica de Tamino o de las campanillas de Papageno residía en cambiar los estados de ánimo, apaciguando a fieras o haciendo que los malhechores cantaran en corro (“Das klinget so herrlich / Das klinget so schön! / Larala la la larala !”). Una jeringa de hormonas, un vaso con incienso de rosa, una caja con campanillas, todo esto es el Estatuto andaluz desparramado sobre el pelo de las princesas y las espadas de los caballeros autonómicos. Qué malvado, como esos bajos de las óperas, sería capaz de oponerse al amor del tenor y la soprano, que es lo que espera siempre el público...

Amor es lo que vimos entre Tom Martín Benítez y Chaves en aquella entrevista que hicieron en camisón, después del pacto que dejó con rubor post coitum a los partidos. Bien es cierto, claro, que Tom siempre está eufórico o aliriado con su Andalucía victoriosa y bien repompeada y encamada... Hace poco, comentando la Ley de dependencia, le escuchamos decir “pedazo de ley” como si se refiriera a unas tetas. Con la deuda histórica, revolcada ahora por el Constitucional, se mostró tan seguro de su cobro como de que su amada descolgará un día las trenzas por el balcón. El Estatuto en sus mañanas suena a amor veneciano, a góndola llena de bellas cortesanas, a dama que se bajará las medias para nosotros y a todo un jardín de encantos, humedades y perfumes que vivirán en el cuello y en las ingles de la autonomía. Ciego de amor, en esa etapa en que todavía no se imaginan suciedades, callos y orinales que deja el cuerpo que se desea. Pero ni siquiera Tom, con el bigote mojado en la nata del Estatuto, se ha atrevido a lo que hizo Diego Valderas, una declaración de amor directa y seca, la declaración del que no usa poesía porque Valderas tiene cara de hombre sin poesía: “[El Estatuto] tiene tanto contenido social que hasta enamora”. Sí tiene poesía Luis García Montero, que con el Estatuto ha ganado ya en nuestra televisión una presencia como de estar retratado en un billete, pero en Mejor lo hablamos le vimos muy contenido y sólo se quedó en “entusiasmado”.

Arrobados están los políticos y los periodistas del harén. La euforia les tiene con una melena rubia o una espalda delante hurtándoles la mirada. En La entrevista de Canal Sur, Mar Arteaga trajo a Bernat Soria y a Guillermo Antiñolo, que nos explicaron el amor al Estatuo a través de la salud, la ciencia, las alegrías moleculares para el cuerpo que vienen con él bajo plástico y las terapias genéticas como viagra regalado. Ellos saben como nadie que los besos nos dopan y que el amor es una trampa de la química. Pero después de la dopamina, después de cerrar la cajita de música, vienen la aceptación o el desencanto. Es cuando la pareja se nos vuelve peluda y roncadora; cuando el Estatuto, quizá, nos enseñe esa braga que nos desenamora.


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