CHARLAS DE LA BAHÍA

Conferencia:
"Justicia y orden político global tras el 11-S"
Ramón Vargas-Machuca

El ciclo de conferencias 'Charlas de la Bahía', organizado por EL MUNDO y el grupo hostelero Jale con el patrocinio de la Fundación de Ayuda al Desarrollo Social de Hispanoamérica, se celebra en la Hacienda Las Beatillas, en El Puerto de Santa María (Cádiz)
[resumen de la conferencia]

23/06/02

El intelectual raro
Luis Miguel Fuentes

Había transparencias neoyorquinas en la Hacienda Las Beatillas, toda la Bahía de Cádiz desde la cristalera como un Manhattan aplastado. Sobrevolaban los fantasmas cúbicos de las Torres Gemelas, esas antorchas de aire y Apocalipsis que se le han quedado al mundo, porque la conferencia de Ramón Vargas Machuca iba a hablar del planeta tembloroso y de la política orgullosa, simple y enferma después del 11 de septiembre. “Todos decían que nada iba a ser igual después del 11-S, y sin embargo, la verdad es que nada ha cambiado”, decía, lúcido y contundente.

A Ramón Vargas Machuca, delgado, afilado de nariz y orejas, se le nota la inteligencia antes de hablar, tiene la mirada circundante y en atalaya, el gesto como un resorte conectado directamente a las ideas. Saltaba en la silla como si bullera sobre las verdades que decía, verdades evidentes pero que pocos recuerdan entre los desfiles, las erecciones de misiles y los santos patrones de la Guerra que ha traído el 11-S como otra Reconquista. Vargas Machuca desprende esa honradez que tienen los hombres huidos o asqueados de la política de partido. Su llamamiento a la “política virtuosa” no sería acogido en la partitocracia que sufrimos más que como un chiste o una ingenuidad. El más claro signo de cómo se encuentra nuestra vida política nos lo da el hecho de que los partidos dejen perder a personas como él. Vargas Machuca, vuelto al monacato del estudio y la sobriedad, al telar solitario, bello y montañés que es hacer filosofía, es, según José Antonio Gómez Marín, un intelectual “raro”. Uno, al escuchar sus palabras veloces y apasionadas, como si cantara el flamenco de la filosofía política, lo que adivina es un espíritu libre y un humanista sincero y clarividente.

Con brillantez y perspicacia, Vargas Machuca atacó el empantanamiento de la política mundial tras el 11-S, asfixiada por sus reumas y mentiras repetidas, esa política que sólo ha sido capaz de sacar a Spiderman y a un malo malísimo que guarda todas las metralletas del mundo en las barbas. Nada ha hecho Estados Unidos y toda su Corte occidental sino buscar iconografías demoníacas, ese maniqueísmo vaquero de Bush de escenificar el Bien y el Mal embistiéndose como monster trucks. Propaganda y aviones, los héroes y sus tumbas con el casco encima, medievalismo cómico y papanatas. Pero no hay causa única ni gran enemigo con nombre.

El orden político de posguerra ya no da para más, la política se aleja de sus objetivos y del Contrato Social, el planeta vuelve a los ídolos de la tribu y ofrece sus espadas a los dioses de la sangre. Nada de lucha de religiones, que todas son brutales en esencia; nada de ese multiculturalismo que empieza por comprarse collares y luego lleva al necio relativismo de que nada es mejor ni peor que cualquier otra cosa; nada de esa simpleza del Occidente opresor que recoge ahora aviones en picado por sus injusticias. No, es que faltan los nuevos esquemas para una política a escala mundial. La globalización se está haciendo sin andamiajes; el ciudadano tiene el miedo hobbesiano del desamparo; nuestro modo de vida, nuestra democracia liberal y capitalista está rompediza y vieja, y llegan los ‘poderes salvajes’ a volarnos todos los torreones. Pero todo sigue igual, con más banderas. Y el intelectual raro, Ramón Vargas Machuca, decía las verdades en una noche pacífica y sin camicaces.


Resumen de la conferencia

“Ni justicia infinita ni mal absoluto”

El ciclo Charlas de la Bahía, organizado por EL MUNDO y el grupo hostelero Jale con el patrocinio de la Fundación de Ayuda al Desarrollo Social de Hispanoamérica, se inició el viernes en la Hacienda Las Beatillas, en El Puerto de Santa María, con la conferencia “Justicia y orden político global tras el 11 de septiembre” que pronunció Ramón Vargas Machuca. Ramón Vargas Machuca, catedrático de Filosofía Política de la Universidad de Cádiz, fue diputado provincial y Secretario de la Mesa del Congreso de los Diputados. “Intelectual de fuste, con una trayectoria notabilísima en la nueva filosofía española y paradigma de la honestidad política”, así definía a Vargas Machuca el presentador de la conferencia, el periodista y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO, José Antonio Gómez Marín.

Vargas Machuca atacó en su conferencia la esclerosis de la política mundial que tras el 11-S. “Del 11-S se han dado malas explicaciones, se confunden los síntomas con las causas, pero esto es la inercia de todo el siglo XX, dar malas explicaciones, como se hizo con la caída del Muro de Berlín”, afirmaba. Explicaciones malas y simplistas, como ese horizonte de “fin de la Historia” que trazaba Fukuyama, que ya veía los problemas del mundo resueltos. O lo que Vargas Machuca llama “el tercermundismo políticamente correcto”, o sea, la explicación de que Occidente recoge ahora la injusticia que sembró. “Pero la reacción de los gobiernos, en vez de pensar qué cambiar, ha sido propaganda, anestesia para la opinión pública, una reacción fundamentalista al fundamentalismo, como la de Bush. Pero el mal social tiene mil explicaciones, no es una sola causa; la justicia es incompleta: no hay ni justicia infinita ni mal absoluto”.

Vargas Machuca ve el terrorismo global como el síntoma y la consecuencia no de la injusticia, sino de “un desorden creciente” y de “la fragilidad de nuestras comunidades políticas liberales y nuestra sociedad de mercado”. “Después del derrumbe comunista, lo que primero que se da es una proliferación de ‘poderes salvajes’”, decía el filósofo. Esto ha producido una “aceleración de la pérdida de poder del Estado” y una “crisis de autoridad que lleva al ciudadano a buscar referentes de identidad en otros sitios que no son la política, como la etnia o la religión”, afirmaba.

Vargas Machuca hizo hincapié en “el agotamiento del orden político de posguerra”, lleno de obsolescencias y fallos, como “la demasía delegativa”, la ciudadanía que se “desrresponsabiliza” y delega cada vez más en sus representantes. Tampoco el principio de disuasión, en el que se fundamentó toda la Guerra Fría y el equilibrio de bloques, le parece efectivo en el mundo de hoy: “Si algo viene a demostrarnos el 11-S o el terrorismo en Oriente Medio, es que el principio de disuasión no vale cuando el hombre está dispuesto a convertirse en bomba humana, en suicida”. Criticó también el “cinismo en política exterior”, el “respetar la legalidad dentro de país pero considerar que fuera se puede hacer lo que se quiera”, sorteando el Derecho Internacional y convirtiendo la invocación a los Derechos Humanos en una retórica que se aplica o no según la conveniencia. También señalaba que “la política es cada vez más incompetente para aportar soluciones”, subrayando que el poder se está  traspasando a “agencias internacionales o bancos centrales” fuera del control de la ciudadanía.

Ante todo esto, Vargas Machuca ve signos de protesta en movimientos como el antiglobalización, pero, sin embargo “no hay todavía una teoría política elaborada para la esfera global”. “Estamos en un desorden global in crescendo –explicó--, en un auge del fundamentalismo político basado en el integrismo religioso; hay incertidumbre por el relativo fracaso de la modernización en muchos lugares, como Africa, y la gente acude a idiomas más sencillos y cercanos para explicar la realidad, como el Islam, que es un caso paradigmático de interpretación teocrática de la política”. Pero ha habido ante esto una mala identificación del problema y una mala respuesta. Vargas Machuca criticó la visión del “choque de civilizaciones” de Huntington y de la lucha de religiones. “No hay lucha de civilizaciones, sino una aculturización de la política asimilada del fundamentalismo. Esto también lo hemos vivido aquí, hace pocos años, y se da también en el Cristianismo, porque todas las religiones se pueden interpretar dogmáticamente”. Vargas Machuca citó varias veces a Locke y la importancia de la separación de religión y Estado, y luego arremetió contra la simpleza del “multiculturalismo”, que lleva al “relativismo absoluto y nirvánico”: “Decir que todo vale lo mismo es decir que nada vale nada”.

 “Vivimos una hegemonía de occidente mal llevada, y una respuesta disparatada”, resumía Vargas Machuca, antes de enumerar sus propuestas: orden político estable, sin el que es imposible ni la seguridad ni la justicia; primacía del Derecho; horizonte cosmopolita de las comunidades políticas; incorporación a la acción política de una justicia local y global; el “republicanismo” entendido como humanismo cívico donde los ciudadanos sean políticamente más competentes, activos y valiosos y tengan más corresponsabilidad. Vargas Machuca hizo por último una llamada a “reinventar la política”, llena de “instituciones zombis”, “endogámica y entendida como negocio particular”.

 

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