DIARIO DE CADIZ

LAS HORAS TENDIDAS


Los burros

El Narci y el Peri se fueron de Chipiona a Roma con unos burros. A una peregrinación se puede ir con todoterrenos, con helicópteros como el Príncipe o con burros, pero lo más humano es lo último. El burro es un animal de una humanidad embozada, severa y muda. El burro, con un sombrero puesto, es un hombre seriote, melancólico, buen compañero de tajo y de camino. De ahí, de contemplar a un señor triste en unos ojos de burro, salió mucha literatura juanramoniana. Pero estos burros peregrinos, que no entienden la fe ni aguantan sobaduras por ganar un paraíso, se pararon por Barcelona, exhaustos, y los tuvieron que cambiar. La religiosidad popular debe ser cosa de reventar bestias y deslomar espaldas. Ya durante el Rocío, en Sanlúcar, cuando esa caravana de gente vestida de Estrellita Castro pasaba hacia Doñana igual que una marabunta de lunaritos, se les murió un caballo como un galeote. El pueblo no puede entender la teología más que como atletismo o como doma, todo entre el ruido de una tómbola de desgracias, consuelos y santos como perritos piloto.

Desde la sabiduría tranquila del burro, quién sabe cómo se vería Roma, la cáscara marmórea del Vaticano, sus dioses como gárgolas, esa guardia pretoriana de arcángeles macho que protege el cielo de infieles. Quién sabe cómo verían los burros, también, las gracietas de Aparcero, que les acompañó un poco porque le gusta el aire libre, eso hacer política furtiva y dominguera en los descampados, con bolsas de plástico. La mirada de un burro contemplándonos desde su sombrajo de candidez es lo que desnuda más la miseria humana, esa fiereza nuestra que nos lleva a la hipocresía, a los concordatos, a la compraventa de gentes y almas. Dos burros en Roma, inocentes de todo, cargando pecados ajenos. Los burros no celebraban ningún jubileo, no necesitaban ninguna indulgencia, estaban allí como último icono de la pureza. Ellos ya tenían el cielo ganado. El cielo pacífico y blando de los burros.


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