DIARIO DE CADIZ

LAS HORAS TENDIDAS


Gibraltar

Gibraltar es un cuartito destechado para los cañones de la Gran Bretaña, el mirador que abre el Estrecho a los hijos fantasmas de Sir Francis Drake, que duermen en su Imperio de siglos con la espada entre los dientes, por si acaso. Gibraltar apostilla la Península con su bofetón gris de anacronismo, con su perfil de castillo oxoniense con gárgolas de monos, donde los llanitos juegan felices al té de las cinco y a ponerse el bombín. Los llanitos se parecen bastante a nosotros, pero disfrutan haciéndose los zurdos y los interesantes con monóculo, aunque les quede la cosa torpe y graciosa, como una persecución de Benny Hill a paraguazos. Para los llanitos, Gibraltar es la posibilidad de escapar del atavismo carpetovetónico y sentirse finos, insulares e hiperbóreos, comedidamente guiris. Para los británicos de verdad, Gibraltar es ese puntito geopolítico que aparece en todos sus planes de guerra para repostar combustible, recargar morteros y que miccione la tropa. Para los españoles, Gibraltar es ese forúnculo que nos salió en lo de Utrecht y que nos puso en el culo una bandera de esparadrapos que no nos podíamos tocar.

En su eterna y bendita alegría, Matutes se felicita por el "acuerdo" sobre Gibraltar, aun cuando éste no hace más que meter el Peñón en la burocracia azul de la UE, dejando el resto de las cosas como estaban, o peor. Nada se dice sobre la demanda española de soberanía, ni sobre la estulticia vieja del colonialismo, esa fea glotonería de las naciones. El Foreign Office, el retrato de Su Graciosa Majestad con el vestido de flores, la Union Jack y todos los sextantes alegóricos de la Pérfida Albión seguirán campando en la Roca y en sus papeles, con el reconocimiento explícito de nuestro gobierno. Pero es que Aznar y Tony Blair pelan juntos muchas gambas en Bajoguía, y ya se sabe que con eso y los vapores de la manzanilla (la de verdad, no la de Lebrija, que es de Hornimans) es fácil olvidarse de las trifulcas del pasado.

 

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