Luis Miguel Fuentes


Desenterrar muertos

 

Atlanterra, cada vez más, se nos va apareciendo como un maretazo denso de grava, oro y mierda, la lengua ancha del dinero que barre la costa y deja casilleros de dúplex, hoteles sobrepuestos y colgaduras de podredumbre. Apenas se escarban en los cimientos, ya nos encontramos papeles y muertos antiguos como faraones empapelados de millones, la calavera bronceada y sonriente, el cheque con la comisión prendido en una falange. Agaden, que va desvendando momias, se ha encontrado debajo de una piedra el esqueleto primero del gran pelotazo urbanístico, el vestigio más que sospechoso de una mano que acarreaba paletadas de dinero sucio. Un “conseguidor”, el celestinaje libertino del amiguismo y la corruptela, el andamiaje insolente de toda una arquitectura voladiza de recalificaciones e intrigas, ahí, entre la ferralla y el sol barato de la costa gaditana, poniéndole un perfil negro a la inocencia del océano.

Los papeles hablan como el dedo de un cadáver, señalan a Antonio Blázquez, representante de Ibercompra. La época: la oscura edad de las pirámides felipistas, la del el señorío global de aquel áspid que se alimentaba de cafelitos y dentelladas en los despachos. Antonio Blázquez, amigo de Felipe González, el emperador de todos los muertos, jugaba al roneo con una Comisión de Urbanismo que bailaba en los salones de la Junta. Fiesta para amigotes, reunión de copazos y palmadas, ganarse mil millones como irse de putas, para hacer unas risas. La impunidad, que siempre nos convierte en lo peor de nosotros mismos. Toma el dinero y corre, que estamos entre colegas. La justicia y la decencia son diosas frágiles que sólo tienen para defenderse un velo de castidad, inútil ante el guantelete furioso del poder, coronado de oro fácil, inmediato, táctil, como coger un puñado de arena, una concha de millones ante un crepúsculo que reverbera en la cartera como un sol verde y pringoso.

Urbanismo, constructoras, planes de ordenación. Llega el político de pueblo o de capital y ya está cogiéndose lo que sea de urbanismo, que es el primer carro del dinero. Ya están todos los constructores haciendo una cola de gordos en los despachos, ya están el político, el amigo, o el cuñado acariciándose los tirantes y apuntando comidas en la agenda. Será que toda la política se queda en eso, en hacer el cuarteado de las playas, en planear el baile de las grúas y las excavadoras como marionetas equilibristas, dividiendo el cielo con la cintura grácil de una plomada. Luego queda la construcción como una risa erecta y obscena del tráfico de influencias, astillando el horizonte. Sacar dinero de las piedras, la alquimia asquerosa de convertir un solar en billetaje, tesoro de granito y cemento para amamantar a unos lobos de suelo y mar.

Una risa triste es lo que nos viene al pensar en esa Oficina para la defensa de los intereses del litoral andaluz que anuncia Chaves. No se pudo hacer el murallón de Atlanterra sin su consentimiento. El contrato está ahí, el sello que huele a toda la basura de la corrupción en los papeles que presenta Agaden, perfilando la silueta de Blázquez y de altos dirigentes del PSOE. La Fiscalía Anticorrupción debe actuar, terminar de desenterrar lo que parece un ánfora repleta de huesos y gusanos con todo su descaro de carne exánime. La costa, nuestra costa, cementerio indio con canoas de millones. Nos queda la tarea de desenterrar muertos y acabar con las risotadas de los corruptos, huidizas sombras cóncavas de catacumbas.

 

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