ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Razones políticas

 

Las huelgas pueden empezar por una caldera rota o una hora que no se cuenta o un trabajador despeñado. Son las huelgas que no tienen que ver con la política, sino con el patrono que es un cabrón. Éstas se quedan en el taller y en estropear una troqueladora, si acaso. A algunos les parece que esto es lo auténtico y hasta lo histórico, y que meter la política aquí es una perversión o una instrumentalización del cabreo del currante. Pero la Historia está llena de huelgas políticas que hasta cambiaron el mundo con una manivela, para bien o para mal. La de Rusia en 1917 terminó con los aceros de la fábrica dividiendo Europa y con todas las azuelas destinadas a cortar cabezas. El florido Mayo del 68 vino de una huelga que quería acabar con De Gaulle y al final acabó en buena literatura y en virgos perdidos entre el romanticismo de los manguerazos. Querer hacer del término “huelga política” una descalificación sólo nos demuestra que nuestros dirigentes no saben de huelgas o no saben de política, o han reducido todo al bello rondó fabril que suena en sus calculadoras, donde un mosqueo global y callejero de los sans-culottes no entra en ningún subtotal y por eso no se entiende.

Al Gobierno, que ve todo eso como una felonía y una jodienda, a lo mejor lo que ocurre es que confunde las razones políticas de la huelga con las razones de partido de la huelga, que es otra cosa. En Andalucía, además de esa primera razón práctica que es la talega vacía de los jornaleros, no hay dificultad en ver las razones políticas, o mejor dicho, las ideológicas: Aznar ha conseguido que florezca una primavera de nostalgia roja, de izquierdismo primigenio, pues ha puesto a la vista el ogro de la derechona comiéndose los sembrados, lo que enseguida levanta todos los bieldos del pobre. Uno es de campo y sabe de primera mano lo que es depender del subsidio y de las cuatro peonadas de temporada. El campo andaluz se da cuenta de que han ido a adornarse con la sangre fácil del más débil mientras el gran dinero sigue lascivo en sus ingenierías financieras y los bancos guardan sus estafas en la elegante lejanía de un paraíso fiscal sin dejar de regalar cuberterías. Al Gobierno, sin embargo, no se le ocurre prohibir los bancos y ni siquiera llama a los banqueros mangantes ni vagos. O sea, que el Gobierno anda tuerto, jerarquiza mangoneos, distingue una sangre azul del fraude y decide ir a por la hormiguita numerosa y fácil antes que a por los grandes lobos del oro. Aquí es donde ve uno las razones políticas (ideológicas) y por eso le nace una pequeña simpatía hacia el espíritu de la huelga.

Pero luego están las razones de partido, que no es lo mismo y ahí empiezan las contradicciones y las fealdades. Por ejemplo, el PSOE andaluz cabalgando contra Aznar a lomos de unos pobres que ellos mismos han ido asegurando y cuidando como a un depósito de hindúes. Si el gobierno autonómico hubiera hecho algo por diversificar la economía de nuestros pueblos, esta reforma del desempleo no resultaría aquí tan dolorosa. Si no nos hubiera hecho tan dependientes de la limosna, ahora no se le inflarían las narices de abajo al jornalero. Si el parado tuviera posibilidad de encontrar las habichuelas de otra manera, no andaría de autobús y manifa. Luego están los sindicatos, convertidos ellos mismos en empresa, llenos de liberados y ejecutivos, que tienen que hacer su márketing y fundamentar las cuotas de los afiliados. Puede haber una justificación práctica e ideológica para el cabreo y hasta para la huelga, pero esto se acompaña del folclore de la falsa progresía del PSOE y de una necesidad de presencia y ruido de los sindicatos en la calle que enmierda la cosa. Lo indecente de la huelga es que vamos a ver detrás de la misma pancarta tanto a los hambrientos como a los que viven precisamente de mantenerlos hambrientos. Y manipulados.

 

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