ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Las oenegés, pan y manteca

 

Las oenegés parecían la revisión moderna del monaquismo. En cierto modo iban levantando abadías y bienaventuranzas por cada pico y cada plaga del planeta, con el hábito blanco de la pureza del aire o el hábito negro de la miseria de los pobres, haciendo de religión laica, de caridad sin Cielo que ganarse. Quizá la primera oenegé nació con aquella Convención Mundial contra la Esclavitud allá por la mitad del XIX, y desde entonces han ido copando todas las siglas y multiplicándose en causas, enfermedades y bichos moribundos, que hay mucho para elegir entre la amplia riqueza de penurias que tenemos. Pero de la moral sin Dios, que uno siempre ha dicho que es la moral verdadera, y de la santidad de los particulares, todo en principio muy ensalzable, se ha llegado a la burocratización de la limosna, a la caza de la subvención para sustituir a la caza de la foca y a montar multinacionales de la pena.

Y es que cualquier idea por loable que sea, mecida en el dinero abundante, que adormece fácil, no acaba sino en pan para listillos, desocupados y piratas. Así, unas veces una oenegé que comienza bienintencionada y dadivosa se pervierte cuando aumentan el billetaje y las delegaciones, y otras veces se monta una directamente como negocio, mejor que un bareto o una inmobiliaria. Lo ponen a huevo: las oenegés tienen casilla propia en el IRPF, es cosa que desgrava con dignidad y elegancia igual que el arte moderno, da buena imagen a bancos y petroleras cuando dejan caer donaciones, y además rebuscar en el dinero santo que fluye hacia ellas presupone maldad. O sea, que son  pan y manteca, como dicen en mi tierra los chiquillos cuando entra en el juego una primita pequeña que ni puede perder ni se la puede empujar. Más de un caso le han comentado a uno de presuntas oenegés que están ahí como lavadora de ingresos turbios y hospicio de cajas ‘B’, puestas solamente una fachada y una secretaria que se lleva todo el día escuchando a Estopa. Saben que hacerle una inspección sería como mirarle las bragas a una monjita, que hay que ser perverso.

En un juzgado onubense anda una denuncia de UGT contra Cruz Roja, nada menos que por apropiación indebida, falsedad en documento público, estafa y malversación de caudales públicos. Suena fuerte, casi como insultar a Concha Velasco, que cree uno recordar que hacía de chica de la Cruz Roja o algo parecido con mucha gracia y cristiandad. Y es que hay algo que cruje en nosotros al pensar que Cruz Roja, que está en todas las guerras, en todas las películas y en todas las inundaciones, pudiera manejar chanchullos y camuflar millones entre los sacos de arroz y los amputados. Pero uno, que fue voluntario de Cruz Roja, ya conoció a un menda que era presidente de una asamblea local y que sólo quería el cargo para que le dejaran montar una emisora de radio pirata en la sede. Elevado esto a escalas nacionales o planetarias, no quiere uno ni pensar lo que puede haber bajo las camillas.

El tiempo y el altruismo de los voluntarios, que sólo quieren hacer pandilla y ayudar en el barrio, quizá no son más que el ladrillaje humano del que se aprovechan otros menos generosos y más tiburones. Como ocurre con la Iglesia y sus misioneros, hasta la piedad puede ser sólo imagen corporativa, mientras los mandas guardan el pastel grande en la fresquera de los paraísos fiscales. Está uno convencido de que falta control y legislación en esta frondosidad de oenegés que nos entran con negritos llenos de moscas y luego lo mismo hacen ingeniería financiera en horas de oficina. Las oenegés no pueden ser pan y manteca como la primita. Y levantarle la falda a una enfermera de Cruz Roja de vez en cuando, a lo mejor no es ni tan insensato ni tan canalla.

 

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