ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Mohamed enamorado

 

Cuando la Guerra del Golfo, recuerdo que escuché sorprendido decir a alguien que si Saddam estuviera enamorado, no habría guerra. Quizá pensaba que el amor copa todas las energías y todas las estrategias y no deja espacio ni ganas para ponerse a hablar con generales, que además se corta el punto al verles los bigotazos. La mujer en la pereza del lecho o en el agotamiento de la seducción enerva y dulcifica al guerrero y no apetece invadir nada, que ya está el castillo que es ella, acechante de pasadizos y arqueros, para tomar y rendir más placenteramente. El amor venciendo a los hierros de la guerra como se vencen los cuerpos al cansancio era una imagen muy bella y oriental, pero ahora hemos visto que no es así. Mohamed VI, en brazos de su emperatriz morena, lo que hace es regalarle un pedrusco de verdad, lleno de algas y lagartos, y poner un ejército pobre a los pies de la cama como prenda de amor.

A uno le ha dado por pensar que la toma del insulso islote Perejil por Marruecos, precisamente durante los fastos de la real boda, igual viene por un Mohamed enamorado y una esposa potente y hechicera que le ha dicho que no quiere meterse en la cama con un niño sino con un emperador. Lo de Perejil suena a galantería y a madrigal de un joven inseguro que quiere compensar un gatillazo o una cortina que no le gustó a la señora pegando un pisotón fuerte en el planeta. No recuerdo dónde se decía que un ejército que combatiera ante la vista de sus amadas sería invencible. De ser así, la hipótesis de un Mohamed enamorado es la más peligrosa de entre todas las que ahora se opinan. Un Mohamed adolescente, preocupado porque su princesa le cierre las cortinillas o le mande al sofá por blandengue, sería capaz de traernos el desastre y la guerra, esa guerra desigual y sucia con el moro de la que siempre nos hablaban los sargentos de la mili.

Nosotros hemos tomado el Perejil sin ningún romanticismo, con submarinistas y boinas verdes, moviendo toda la pesantez innecesaria de helicópteros y bergantines, cosa que es ya una exageración porque hubieran bastado cuatro de mi barrio para hacer lo mismo. Las fotos que vimos del jefe marroquí con polo de rayas nos dan la medida de guerra de Gila que tiene el asunto. Pero todo lo militar es un ajedrez de pequeñeces, y en este refugio para cangrejos lo que se ha escenificado ha sido un encaramiento de musculaturas y un ensayo de desfile. Invadirnos con un picnic era quizá algo que necesitaban en Marruecos “para consumo interno”, en un tiempo en que su rey celebra su masculinidad y el pueblo analfabeto le regala tigres y cántaros. Agitar todas las fragatas españolas para recuperar un pedrusco que no le importa a nadie ha sido, igualmente, una exhibición marinera y patriótica del todo abultada, ya que la dependencia de Marruecos con España y la UE daba otra llave económica y menos peliculera a la que acudir. Pero es con estas danzas y envites tabernarios como se entienden mayormente los países.

Uno sólo espera equivocarse con la hipótesis de esta columna, pues un rey enamorado no puede entrar vencido a yacer con la amada. Bastaría una risita de ella para traer la guerra. Pero seguramente todo esto ha sido un invento mío. El mundo no se mueve por amor y a Mohamed VI le pueden más su endiosamiento y la sombra sobrecogedora de su padre que las caderas morenas y hambrientas de la emperatriz. De todas formas, todavía prefiero el cuento enternecedor del rey enamorado al cuento pavoroso del rey loco.

 

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