ZOOM · Luis Miguel Fuentes


El rey que llora

 

Una felación de la bella secretaria es la fantasía de todos los hombres con despacho. Tenemos la misma sexualidad que los leones, y la erótica del poder no es ninguna estilización que inventó el hombre tecnológico, sino un aspiración de selva y de morder el cuello de la hembra que ahora comienza en los ascensores. El despacho, la empresa, la sabana, el territorio. Y el jefe macho como un rey erecto que se roza por los muebles como por los arbustos. El macho con traje se pasea con los testículos colgando igual que el león dominante. En las oficinas y en las gerencias también se pone un sol rojo mientras beben los antílopes. Y el león viejo mira las grupas de la hembras jóvenes con un bostezo de poder y suficiencia.

No ha superado nuestra evolución eso, todavía. Para el cerebro reptiliano que nos sobrevive, el sexo es dominación y violencia. Aún jugamos a eso en la alcoba, con el primer cachete en el culo. La mujer como una cervatilla, así la vemos. El sexo, como impulso primario que es, escapa aquí a nuestros logros civilizatorios y culturales. Podemos espiritualizar la sensualidad que nos nace animal, y entonces se llama amor, según definición de Nietzsche. Pero hay hambre y olor y una vulva que miramos como mandriles. Nuestra inteligencia nos lleva hacia la igualdad de los sexos. Pero está ese momento en que el león coge a la hembra por el pelo y ruge satisfecho y sin culpa.

Ahora el león llora. Quería a la amante o a la favorita cerca, tendida en el escritorio como una gata desnuda, con esa sensualidad que tienen la accesibilidad y el agradecimiento. El león había mostrado su melena y su falo, era su territorio y había otorgado sus agasajos como lengüetazos. Pero el hombre tiene leyes nuevas que llegan más allá del río. El ser humano tiene todavía noches de selva en los ojos, pero ahora construimos naves espaciales y sobre todo, hemos inventado ese fuego fundamental que es la ética. Por eso solamente somos medio leones. Ahora el león llora, pues creyó que su reinado era biología y deseo, su gruñido de placer que alcanzaba a rebotar en las montañas.

Hubo un tiempo en que se hablaba mucho de la erótica del poder, cuando todas las marujas de España querían bailar un tango con una rosa en la boca en brazos de un presidente de gobierno o un banquero. El mundo sigue siendo por desgracia un lugar macho, y los hombres con poder salen a cazar leonas, azafatas o taquígrafas. Hay que verlos en las reuniones, en los congresos, en los viajes de negocios, en los ayuntamientos. Se les reconoce bien, por el chero de león. El hombre con poder quiere multiplicidad de hembras como multiplicidad de coches. También hay mujeres listas o tontas que huelen esto, se enamoran o fingen enamorarse del jefe o del alcalde, juegan al harén y el macho les ronronea complacido y les pone un piso o les regala una intendencia. Hay que tener amantes como una condecoración o un señorío, hay que tener secretarias que dejen ver un muslo tomando nota y mordiendo el boli. Así se mide la fuerza del león.

Un león que llora parece el único. Pero hay muchos. Éste sólo ha sido uno con mala suerte. Sería un safari fácil ir a buscarlos, todos conocemos a alguno, sin salir del barrio. Pero no quieran ver en esta fábula moralinas ni puritanismos. No es del sexo del león o del munícipe de lo que he querido hablar, sino del que cubre hembras o visita otros abrevaderos de su poder con la impunidad que da saberse el amo. Hay una musculatura que sólo se puede exhibir con el abuso. Que llore por esto el león viejo y aprendan los jóvenes que ya juegan persiguiendo a sus primeras gacelas.

 

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