ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Rey Gil

 

Nada nos ha extrañado que Jesús Gil, tan majestuoso él, haya salido en defensa del rey Fahd, que debe ser primo suyo por parte de un banquero. Las montañas se comunican por las cumbres y los tiranos se comunican por los lujos y las maneras. A Gil todavía le faltan muchos millones y continentes para ser como Fahd, pero también tuvo (o tiene) su califato marbellí con esclavos, sicarios y helicópteros para ir hacia sus retretes de oro y borlones como a un Taj Mahal dedicado a la nalga. Aunque claro, Fahd es un monarca feudal, señor absoluto de cada hombre y cada camella, que se ha ido comiendo todas las palmeras de su tierra para sostener las suntuosidades de su familia encamada. Sin embargo, Gil fue... Caramba, qué coincidencia.

Gil ve en Fahd un “gran estadista y soberano”, lo que nos da una idea de lo que entiende este hombre por política. Y aquí es donde no sabemos si influye más su ignorancia o su catadura moral. Seguramente Gil no sabe o no se acuerda de aquello del Antiguo Régimen (para él debe ser lo de Franco), ni de Locke, Hobbes o Montesquieu, ni de esa cosa tan progre de los Derechos Humanos. En Arabia Saudí no hay división de poderes, no hay partidos políticos, no hay derechos, todo es un gran jardín para el rey, que puede coger una manzana o cortar una cabeza para el desayuno, y da lo mismo. Las leyes las dicta Fahd según tenga el día y la úlcera, siempre en conversación con el mismo Alá, que baja a verlo en limusina, mientras una policía moral recorre las calles flagelando por un tobillo a todo su pueblo empobrecido. Además, la zurrapa del petróleo saudita va directamente al terrorismo más sanguinario, sin que el gran estadista y soberano haga nada, sólo pagarle impuesto revolucionario a Bin Laden. Bien se ha retratado Gil defendiendo al viejo rey de los palacios volantes y las guerras barbudas contra el infiel. Será ignorancia de todo esto, o será admiración por lo que Gil ve como un modelo elegantísimo que quisiera para él mismo, él que tiene cuerpo de túnica y sueños blandos de trono.

Lo que pasa es que un rey cagando oro pone a flote rápidamente a todos los pelotas y a todos los lacayos de vocación. La defensa que le hace Gil sólo nos demuestra lo dispuesto que está a poner el culo a cambio de la lluvia dorada del petrodólar, que al fin y al cabo es lo que le importa a él, y no esas mariconadas de la ética y la dignidad. Pero lo peor es que las reverencias y los sometimientos a este funesto rey Fahd no se quedan en el pobre ex Gil y en sus Batuecas. Ramón Vargas Machuca hablaba sabiamente hace poco, en las Charlas de la Bahía, del “cinismo en política exterior” como una de las características del agotado orden político de posguerra. Este cinismo hace a los países cantar himnos de libertad y justicia a sus majorettes a la vez que consiente y ceba a los tiranos más caníbales del planeta. A Arabia Saudí le hacen el juego Estados Unidos, Europa y toda la cristiandad de la zona porque sostiene a los continentes en la balsa tibia del petróleo y del oro en macizo, la más grande del mundo. Nada es la tiranía de Irak comparada con la wahabita, y miren ustedes como nadie quiere invadirlos ni “liberar a su pueblo”. Pura hipocresía, que ya no nos sorprende.

Gil defendiendo a Fahd es esta misma hipocresía en pueblerino, que echa flores a un dictador siniestro con tal de que te contrate un jardinero en el pueblo y se acabe el Chanel en las perfumerías. Gil querría ser rey como Fahd, pero sólo puede lamerle las botas o lo que sea. Lo mismo le cae alguna propinilla, que con éste dicen que son generosas, aunque estén manchadas de mierda y sangre.

 

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