ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Brujas

 

Tenían los ojos atravesados de lagartos y bajo sus faldas mojaba el Demonio su gran papada negra. Pero aquel Diablo con el que hacían pactos de sangre y lujuria no era otra cosa que la Naturaleza salvaje, y su culto, un vitalismo extático y primero que por eso nacía del sexo, la venganza, la hoguera y el escupitajo. El cristianismo las malignizó porque les hacía la competencia. La magia es solamente la religión de los otros. Los demonios son los dioses extranjeros; los brujos, sus sacerdotes. Las brujas son la mitificación que ha hecho el mundo macho del poder creador o destructor de la hembra, más una literatura que va por Homero, Shakespeare o Goethe. Pero uno, más que con el estilo Circe, que tenía un fondo de planchadora y por eso terminó encoñada con Ulises, se queda con aquellas brujas que fueron un reverso libidinoso del cristianismo castrado e hipócrita. Ahora, las brujas se han convertido en electroduendes, tarotistas telefónicas, cíngaras con braga tanga.

En Córdoba se está celebrando una reunión de estas brujas modernas, que no se dan cuenta de que dejaron de ser brujas en el momento en que empezaron a hacer convenciones en vez de aquelarres. Estas brujas con sindicato piden respeto, porque hay “mucha gente seria que se dedica a esto”. Pero ha terminado el tiempo de las brujas, igual que los dioses olímpicos dejaron de presentarse a los mortales y sólo nos salen en las óperas de Monteverdi. Y ha terminado porque ya no queda, por encima de las pócimas, aquel vitalismo salvaje que decíamos antes y que hacía de resistencia cínica ante lo que Nietzsche llamaba la “moral como contranaturaleza”. En realidad, obras como la famosa Biblia satánica de Anton Szandor La Vey parecen de un Nietzsche exagerado y nigromante, con una mitad de tontería mágica. La Vey define a Satán como una “figura simbólica de rebelión” y, al afirmar que cada hombre debe ser su propio redentor, no vuelve sino a la idea de “voluntad de poder”, tan nietzschiana.

Las brujas modernas son, pues, unas brujas desideologizadas que se han quedado con la mitad tonta del caldero y han olvidado al Satán sedicioso al que servían sin que existiera. La sociedad anda buscando nuevas religiones, cansada de unos Cristos que están siempre muriendo de incompetencia. Prefieren la rapidez de un conjuro que les traiga el novio, la primitiva o un trabajo en una inmobiliaria. San Pancracio falla mucho y por eso está ahí la vidente, que falla lo mismo pero se la ve viva, atareada y con las mangas enredadas en sortilegios. Piden respeto las nuevas brujas reunidas en Córdoba, pues hacen su trabajo con conocimiento y aritmética. Pero habría que decirles lo de Nietzsche cuando afirmaba que había que ser más duro con los protestantes que con los católicos: cuanto más se quiere acercar la religión o la superstición a la ciencia, más abominable resulta. Los videntes de tómbola son menos dañinos que aquellos que dicen utilizar la trigonometría para ver en las estrellas si la mujer nos va a poner los cuernos, que por otro lado eso se ve sin echar mano del astrolabio. Las brujas “serias”, si las hay, son peores que las estafadoras, porque se lo creen y pretenden que se las crea. A las otras les basta con que haya suficientes pardillos llamando a sus 906.

            Ha terminado el tiempo de las brujas y sólo quedan las aficionadas de la cosa y las que hacen adivinación como un punto de cruz con los ojos en blanco. Nos falta todavía mucha cultura científica para dejarlas sin trabajo. Aun hay quien te dice que por qué no van a ser verdad sus conjuros y cartomancias, cuando la pregunta correcta es qué motivo hay para que lo sean. Inútil intentar hacerles razonar. Como ya hicieron Horacio o Petronio, sólo nos queda la burla hacia estas mujeres despeinadas de demonios, que ahora ni siquiera tienen la dignidad de montar un buen aquelarre con orgía, sino un congreso. Como si fueran estomatólogos.

 

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