ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Catequesis

 

A los niños pequeños, maravillados por las mariposas y por los trenes, hay también que empezar a maravillarlos con Dios, aunque se empiece por un Jesucristo como Miliki. Hay que aprovechar esa terneza del ser humano, cuando se ven hadas y gnomos y elefantes de lunares, para iniciarlos en el cristianismo, que luego llega la historia, la física y la filosofía y lo puede estropear todo. La Iglesia lo sabe y por eso la enseñanza de la religión en el colegio les parece fundamental como una suma. Luego nos damos cuenta de que estas catequesis las pagamos todos y que encima la Iglesia mantiene una plantilla de profesores como criaditas, que nos llegan llorando cada septiembre en una gran otoñada de desahucios.

En Arcos han despedido sin despedir a una profesora de religión. O sea, se han limitado a no renovarle el contrato, que es la misma putada pero en los Cielos no se ve igual. Después de 15 años de explicar los sacramentos inexplicables a la chiquillería, esta mujer se ve en el paro y con el sitio cogido por un sobrino del ínclito vicario general de la diócesis. “No hay noticia”, se empeñaban en decir los voceros del Obispado. Sobraban horas lectivas, explicaban, y había que prescindir de alguien, como ha ocurrido en otros muchos casos. Pero en ninguno de los otros casos se ha echado al más experimentado para dejar al sobrinito sacristanejo del cura, que sólo llevaba un par de años haciendo sustituciones.

Pero al hilo de la desgracia de esta mujer y mártir de Arcos podemos hacer provechosas reflexiones. Por ejemplo, que la Ley ha regalado a la Iglesia un fuero en el que los profesores vienen designados por el Espíritu Santo o por una chocolatada en el Obispado. No hay listas, baremos ni criterios objetivos, sólo esa mano suelta y santa de poner y quitar gente como velones. La ley que les protege con grandes columnas es un acuerdo de 1979 del Estado con la Santa Sede, cuando la Iglesia todavía bostezaba de franquismo. Todas sus letras, amarillas de incorruptibilidad, siguen valiendo porque nadie se ha preocupado por cambiarlas. Ni siquiera los socialistas, que en su tiempo hicieron gran amistad con la Iglesia y ahora, tan renovados y espiritosos, siguen callados.

Con todo esto, los profesores de religión andan acojonados cada fin de curso porque el despido les puede venir en una aparición cantada por angelotes, sin más alternativa que arrodillarse. Y si no te ha tocado, pues a suspirar y a callar, porque cualquier protesta estigmatiza y el año que viene ruedan nuevas cabezas, y las de los bocazas sabemos que pesan más y caen fácil. “Eso es como en cualquier empresa, no te renuevan el contrato y ya está”, decían en el Obispado de Jerez. Pero la diferencia está en que en cualquier empresa las nóminas no salen del dinero público, y para sus catequistas sí. Y el dinero público tiene detrás otro dios populoso que enseguida ve feo que se utilicen los impuestos para que el vicario enchufe al sobrino remolón. Por otro lado, que la Iglesia se reconozca como empresa nos sorprende. A lo mejor quiere que se le apliquen todas las leyes mercantiles como a una petrolera de las almas.

Estamos pagando con dinero público el proselitismo de la Iglesia, sus enchufes y esclavitudes, y todavía les duele que protestemos. Pongan ellos el billetaje y entonces sus despidos serán como los de Telepizza. Háganse estas catequesis en las parroquias y nadie hará demagogia o anticlericalismo, como llaman ellos a decir las verdades. Mientras, los niños van del triángulo equilátero a la transubstanciación sin quitarse el babi, creyendo por eso que son lo mismo, y los profesores se examinan en el confesionario o en el cepillo de la parroquia, esperando indulgencia e iluminación. Todo muy difícil de explicar a menos que admitamos que nuestro Estado laico sigue, en el fondo, besando el anillo del pescador igual que Florentino Pérez.

 

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